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La espiritualidad en el tiempo de los Incas

Una de las particularidades de la civilización inca es que fue tolerante con la espiritualidad de los pueblos conquistados y también con la espiritualidad que siempre existió en el seno de su propia cultura. El culto a sus dioses tutelares, Inti, Viracocha, Illapa, Mama Quilla, Pacha Mama o Pachacamac, no eclipsaba ni prohibía la espiritualidad de los runas (gente). Los ritos, las leyendas, el chamanismo, el uso de plantas sagradas, el animismo, todas las prácticas y creencias espirituales siguieron existiendo. La imposición de la religión estatal existía solamente en forma de tributos. Cada ayllu (comunidad) debía entregar el fruto de la cosecha de un tercio de las tierras que cultivaba a los sacerdotes estatales, otro tercio se lo entregaba a la familia imperial de turno o a la nobleza dueña de la tierra, y solo un tercio quedaba para la comunidad. Esto incluía alimentos, cueros, tejidos, minerales, etc. Pero los runas eran libres de creer en lo que quisieran, mientras no dejaran de reverenciar también al Inca y el culto estatal respetando las fiestas y los impuestos; lo mismo que las personas más espirituales, los chamanes, los poetas o los curanderos, podían desarrollar sus actividades sin ningún tipo de censura.

Por eso, para aproximarse a la espiritualidad incaica, hay que tomar en cuenta dos grandes aspectos: la religión estatal por un lado, más conocida y divulgada, y por otro lado las prácticas espirituales del pueblo inca, mucho menos conocida, y que dada su falta de dogmas, convendría mejor llamarla antes espiritualidad inca, que religión. Como las fuentes que se pueden encontrar actualmente nos informan siempre, mayoritaria y casi exclusivamente de la religión estatal y sus dioses, aquí escudriñaremos la espiritualidad del pueblo inca, la espiritualidad de los runas.

El panteísmo: ver lo sagrado en todas partes

El peruano nacido en Cuzco llamado Inca Garcilaso de la Vega, hijo ilegítimo de un capitán español y de una princesa inca (sobrina del emperador inca Huayna Capac), escritor e historiador educado por españoles, escribió en 1609 lo que él conocía de la civilización inca antes de la llegada de los conquistadores españoles. A pesar de haberse asimilado completamente a la cultura hispana y a la religión católica, no deja de ser una fuente importante de información si se tiene el cuidado de leerla sabiendo que es la historia contada desde la perspectiva de un hombre educado por tutores españoles que adhirió por completo a la cultura de sus preceptores y de su padre.

Condor

Cúntur, voz quechua para cóndor

En su obra Comentarios reales de los incas nos cuenta las creencias que tenía la población incaica en la “primera edad”, cuando ni el estado ni el imperio habían tomado forma. Creencias como que “adoraban yerbas, plantas, flores, árboles de todas suertes, cerros altos, grandes peñas y los resquicios de ellas, cuevas hondas, guijarros y piedrecitas, las que en los ríos y arroyos hallaban, de diversos colores, como el jaspe... adoraron diversos animales, a unos por su fiereza, como al tigre, león y oso, y, por esta causa, teniéndolos por dioses, si acaso los topaban, no huían de ellos, sino que se echaban en el suelo a adorarles y se dejaban matar y comer sin huir ni hacer defensa alguna... adoraban a otros animales por su astucia, como a la zorra y a las monas... al perro por su lealtad y nobleza, y al gato cerval por su ligereza... al ave que ellos llaman cúntur (cóndor) por su grandeza, y a las águilas adoraban ciertas naciones porque se precian descender de ellas y también del cúntur... adoraban los halcones, por su ligereza y buena industria de haber por sus manos lo que han de comer; adoraban al búho por la hermosura de sus ojos y cabeza, y al murciélago por la sutileza de su vista, que les causaba mucha admiración que viese de noche... otras muchas aves adoraban como se les antojaba... a las culebras grandes por su monstruosidad y fiereza,... tenían por dioses a otras culebras menores, … a las lagartijas, sapos y escuerzos adoraban. En fin, no había animal tan vil ni sucio que no lo tuviesen por dios, sólo por diferenciarse unos de otros en sus dioses, sin acatar en ellos deidad alguna ni provecho que de ellos pudiesen esperar. Estos fueron simplicísimos en toda cosa, a semejanza de ovejas sin pastor. Mas no hay que admirarnos que gente tan sin letras ni enseñanza alguna cayesen en tan grandes simplezas, pues es notorio que los griegos y los romanos, que tanto presumían de sus ciencias, tuvieron, cuando más florecían en su Imperio, treinta mil dioses” (IGV, ver siglas de las fuentes al final del artículo).

Lo que nos refiere aquí el historiador es conocido como panteísmo, y también, en lo que se refiere a sacralizar piedras, montañas, cascadas o cuevas, como hilozoísmo. Para los incas, las cosas sagradas, de la naturaleza que fueren, eran llamadas huacas, o wacas, o guacas. El panteísmo es una característica que se halla en todos los continentes habitados por el hombre, y define en parte la espiritualidad ancestral del ser humano. Ver lo sagrado en animales, minerales, plantas, montañas, lagos, es una práctica que encontramos en todas partes (ME), tanto en civilizaciones milenarias como la egipcia, la china o la hindú, como en la mayor parte de las etnias y culturas de todo el planeta, desde los maoríes hasta los esquimales.

Veremos como otras características de la espiritualidad arcaica, planetaria, se repite y se amplifica en la cultura espiritual de los runas: el chamanismo, los mediums, la comunicación con antepasados fallecidos, la sacralización de los sueños, la interpretación de augurios, los éxtasis fuera del cuerpo, el diálogo con las plantas, la reencarnación, las metamorfosis animales o minerales, todas estas facetas también eran y siguen siendo en alguna medida, parte de la cultura espiritual inca.

Las especialidades espirituales de los incas

Con una mirada a su lenguaje, al quechua, o mejor dicho, al runa-simi (lenguaje de los hombres), y a la variedad asombrosa de palabras para designar especialidades espirituales, no habrá duda que el pueblo inca conservaba esmeradamente la espiritualidad primigenia, y que el culto a los dioses mayores, en la vida diaria, era solamente una parte de su espiritualidad.

Chamanes

Chamanes quechuas. Fotografía tomada por Diana Bagnoli.

Leamos lo que María Cristina Bianchetti ha podido recopilar del chamanismo siempre presente en los ayllus y sus alrededores, y también de las especializaciones espirituales, muchas veces amalgamadas con las prácticas curativas de hombres y mujeres incas, que además de chamanes, eran curanderos: “El Umu, sacerdote-adivino, de rango superior al Wih’sa poseía dos especializaciones, los Rikux que inspeccionaban los sacrificios y los Willax (Uillac o Villac) que hablaban con las Wakas. En general recibían la denominación de Wakapwil’as (Uacabvillac) o Wakawan rimax (Wakarimatsi o Guacarimachic), el que hace hablar a las Wakas, siendo muy escasos en relación con los Rikux. Los de mayor distinción eran los PunchaupaWillac (el que habla con el sol), los LibiacpaWillac (que habla con el rayo) y los MalkipWillac (que habla con los antepasados)”. Los incas tenían también monjes ermitaños, como los ha habido siempre en todo continente habitado, “los Guacaues, médicos filósofos que deambulaban desnudos por los sitios aislados y desiertos de la tierra, viviendo en completa soledad, dedicados a los estudios de los misterios trascendentes del ser. Guaman Poma y Arriaga los mencionan como muy eficaces ancianos que moraban aislados en los desiertos llevando una vida de total reclusión, desnudos, expuestos a extremas temperaturas, soportando ayunos prolongados y dedicándose expresamente a la meditación de los misterios de la creación. La técnica empleada era observar el día entero el disco solar sin pestañear, pues era allí donde podían leer los grandes secretos de la humanidad. Soportaban estoicamente el frío o el calor y tenían como meta encontrar las razones de la naturaleza (Cabieses, 1974:208)”.

El runa-simi tiene aún más palabras para designar las prácticas espirituales, y con ellas, más gente que dedica su vida o parte de ella, a dichas prácticas. “La especialización de los hechiceros, curanderos y sacerdotes fue evidente, existían por ejemplo los Camascas, curanderos inspirados por el rayo o el trueno, con una doble caracterización, los que curaban con hierbas y los adivinos, que daban respuesta a lo que se les preguntaba. Los Soncoyoc o inspirados que curaban de corazón o de alma, recibían la inspiración durante el sueño, sea inducido o natural. Adquirían sus conocimientos por nacimiento o por métodos sobrenaturales como el rayo y los perfeccionaban con la transmisión de conocimientos adecuados impartidos por miembros de su familia o por la casta sacerdotal... Los Moscoc o soñadores interpretaban los sueños, determinando el pronóstico de la enfermedad. Efectuada la consulta, solicitaban una prenda del enfermo, sobre la cuál dormían en el santuario y mediante la interpretación del sueño efectuaban el diagnóstico. Aún hoy se encuentra en Perú y Bolivia este tipo de adivino-curandero, que utiliza para el trance bebidas alcohólicas, preparadas con coca y otras hierbas fermentadas... Recibían el nombre de Alcos los hechiceros-confesores, que residían en la Xalca o Janca (Blanco), sierras frías, actuando como intermediarios entre los dioses locales y personales y los hombres, recibiendo la respuesta en lengua críptica, diagnosticando de esa manera las enfermedades. Otros sacerdotes menores, los Cuyricuc o Hacaricuc empleaban para sus curaciones un cuy, roedor silvestre -conocido como conejo de las Indias-, con el que friccionaban las partes afectadas del enfermo para luego proceder al sacrificio ritual, interpretando en sus vísceras o el movimiento de su sangre la afección, y por similitud diagnosticaban la dolencia que aquejaba al enfermo, en la creencia de que ésta era retirada y transferida mágicamente al animal.... El Pachacuc o Pacharicuc utilizaba un sistema similar reemplazando el cuy por una araña de gran tamaño. Los Ayatapuc se encargaban de hablar directamente con los muertos y los Hechecoc adivinaban la enfermedad después de ingerir cantidades de tabaco y coca. Otros como los Caviacoc utilizaban bebidas alcohólicas para entrar en trance y así proceder al diagnóstico. Los Hachus o Socyac lo hacían mediante pases mágicos sobre granos de maíz y excremento de animales, al igual que los Achicoc, que realizaban los sortilegios con maíz y estiércol de animales. Los Virapiricos obtenían su inspiración mágica por el estudio del humo que despide la combustión de la grasa de llama y los Calcapiry o Calparicuc (Callparicul), efectuaban su diagnóstico por la calpa, o sea mirar el interior de los animales recién sacrificados interpretando a través de sus entrañas o sus asaduras (Balducci, 1984:60)... El Llullallaica Umu basaba su inspiración sobre la observación del fuego; y como sacerdote presidía las ceremonias dedicadas al sol, la luna y el lucero” (MCB).

Hampicamayoc

Hampicamayoc

Waldemar Espinoza, historiador de los incas, nos cuenta que “en cada ayllu había por lo menos un hampicamayoc (o curandero/médico) que conocía las manipulaciones mágicas y las yerbas, animales y minerales medicinales para las distintas enfermedades que también sabían diagnosticar”. También había curanderos de gran reputación, que eran solicitados a veces de ayllus lejanos, por ejemplo, los “callaguayas” (o kallahuayas) del Collasuyo (tierra de los sabios). “La curandería y/o medicina la ejercían gentes de ambos sexos, pero no personas de todas las clases sociales; por lo común pertenecían al campesinado” (WE).

No podían faltar, en este mundo fantástico, las transmigraciones pasajeras de chamanes en estado de trance que por algunas horas tomaban formas animales. “Había chamanes que aseguraban tener poderes para convertirse en animales. Y en verdad las versiones que referían no eran por entero imaginarias, puesto que tales personajes conocían e ingerían una serie de daturas o alucinógenos (coca, tabaco, chamico, cacto san pedro, floripondio, ayahuasca, etc.) que los hacía dormir y ponerse en trance, donde veían y hacían cosas fantásticas que después contaban como si hubieran ocurrido realmente, hechos que ningún oyente ponía en duda” (WE).

El animismo estaba muy difundido, y a todo nivel, desde la familia imperial, la familia del Inca, pasando por la nobleza, hasta el runa más modesto. La pervivencia y la transmigración del alma, el culto a los antepasados, la conversación con ellos, eran creencias y prácticas muy comunes. “Tuvieron los Incas amautas (poetas sabios) que el hombre era compuesto de cuerpo y ánima, y que el ánima era espíritu inmortal y que el cuerpo era hecho de tierra, porque le veían convertirse en ella, y así le llamaban Allpacamasca, que quiere decir tierra animada. Y para diferenciarle de los brutos le llaman runa, que es hombre de entendimiento y razón, y a los brutos en común dicen llama, que quiere decir bestia. Diéronles lo que llaman ánima vegetativa y sensitiva, porque les veían crecer y sentir, pero no la racional... Tuvieron asimismo los Incas la resurrección universal, no para gloria ni pena, sino para la misma vida temporal, que no levantaron el entendimiento a más que esta vida presente...Y así iremos poniendo otras como se fueren ofreciendo, que no es posible contar de una vez las niñerías o burlerías que aquellos indios tuvieron, que una de ellas fue tener que el alma salía del cuerpo mientras él dormía, porque decían que ella no podía dormir, y que lo que veía por el mundo eran las cosas que decimos haber soñado. Por esta vana creencia miraban tanto en los sueños y los interpretaban diciendo que eran agüeros y pronósticos para, conforme a ellos, temer mucho mal o esperar mucho bien” (IGV).

Los incas tenían la creencia de que “en el cuerpo de un ser vivo, se introducían espíritus perversos, pertenecientes a hombres que han vivido en épocas muy antiguas. Para que se produzca este malestar basta con transitar por las sepulturas antiguas, siendo mucho más grave posarse o recostarse en sus cercanías... El paciente tiene sueños en que se le aparecen las almas de sus antepasados”. Por otro lado “en el Chinchaysuyo estaban seguros de que las almas se alejaban de los cadáveres a los cinco días del fallecimiento. Y después, una vez por año en el mes que conmemoraban a sus difuntos (noviembre), visitarían las casas de sus parientes vivos tomando la forma de moscones que durante el vuelo emitían un suave y característico zumbido. El hecho explica por qué no mataban a los referidos animales. Si el culto a los ancestros determinó la conservación del cadáver lógicamente que su preservación generó la técnica de la momificación. A veces extraían las vísceras y el cerebro. El resto les resultaba fácil gracias a las condiciones ecológicas de la sierra y costa, en la primera por el gélido frío de las mesetas y en la segunda por la sequedad de los arenales salitrosos. Las vísceras acostumbraban a enterrarlas en los sitios donde habían nacido...” (WE).

El culto a los muertos justificaba la expansión imperial

En efecto el culto y el trato con los antepasados hizo surgir desde épocas muy antiguas la práctica de la conservación de los cuerpos, sobretodo de los huesos, considerados por pueblos ancestrales de todas las latitudes como la parte del cuerpo humano destinada a resistir el paso del tiempo. Entre los incas, los vivos cuidaban a los muertos, y los muertos cuidaban a los vivos, una de las tantas prácticas de reciprocidad encontrada en su cultura. La momificación estuvo difundida en los Andes desde muy antiguo, y no fue algo exclusivo de los incas. La diferencia de la momificación inca comparada con la momificación en otras partes del mundo, es que los incas no embalsamaban los cuerpos para preservarlos para el día de la resurrección únicamente, sino para que los cuerpos preservados pudieran seguir cumpliendo su función en este mundo. El espíritu de los muertos era considerado el puente entre lo natural y lo sobrenatural, y eran consultados en todo tipo de asuntos: matrimonios, causas de enfermedades, consejos para el futuro. Las momias (mallqui) aseguraban la fertilidad de la tierra y de los animales, la posesión del territorio o la salud de la gente, pero su función más importante era la de asegurar el flujo constante de agua. En el pensamiento inca, además de la reciprocidad, estaba muy difundido el rol de los pares de opuestos, y así, las momias, secas como son, podían según ellos, atraer agua, y muertas como están, atraer vida. No todo el mundo era momificado, esta práctica se reservaba en general para los ancestros de importancia especial. El resto de la gente fallecida era primero secada y luego llevada a alguna cueva, o, si el runa era especial, a una pequeña construcción redonda, de piedras con una entrada, una chullpa, que permitía visitas de sus familiares o amigos vivos.

Chullpa en los Andes

Antigua chullpa encontrada en los Andes

La creencia en el rol activo de los espíritus de los muertos y de las momias jugó un papel determinante y poco conocido en el devenir de la civilización inca. Así, cada momia de cada Sapa Inca, seguía siendo legalmente dueña de todas las tierras y construcciones que obtuvieron en vida. El usufructo de todos esos bienes pertenecía entonces a toda su descendencia, conocida como panaca, que conformaban, sumando las panacas de los demás Incas fallecidos, la nobleza inca, la clase privilegiada. Lo que es determinante es que los nuevos emperadores Incas no heredaban las tierras de sus predecesores. Heredaban el título de Inca y los poderes que conlleva: el estado con sus guerreros y sus curas, ¡pero no la tierra! (GE) La consecuencia es que cada nuevo emperador Inca se lanzaba a conquistar más tierras, y esto hacía que el imperio Inca se agrandara. Lo que por otra parte, a la larga ocasionaba el problema de que el nuevo Inca gastaba tiempo y recursos en administrar tierras cada vez más lejanas, puesto que las tierras alrededor de Cuzco tenían dueño hacía mucho tiempo.

Al nivel de los ayllus, de las comunidades incas, el culto a los antepasados también podía tener consecuencias muy negativas si los restos del antepasado fundador del ayllu eran secuestrados por el estado o destruido por los conquistadores, porque para ellos podía perderse la legitimidad de esas tierras y del agua que corre por sus ríos y esteros. El poder político podía perderse si los restos del ancestro (como huaca) desaparecían. El control físico de los restos de los ancestros o de sus representaciones (huaoques) confería un enorme poder social, que fue utilizado por los Incas cuando subyugaban comunidades conquistadas, pues secuestraban y retenían las osamentas, las momias o los huaoques de dichas comunidades.

Los huaoques: estatuillas de poder

Los huaoques (o también guaoqui o huaoqui) eran consideradas huacas (ver más adelante) de las más importantes. Eran estatuillas o estatuas que representaban a un Sapa Inca (emperador), a un ancestro fundador del ayllu, o a un noble de gran importancia, elaboradas con materiales que dependían muchas veces de la propia voluntad del representado. Podían ser de madera, de piedra, de metales preciosos, y eran presentadas a la comunidad en una ceremonia especial donde se mostraba al hermano (huaoque también significa hermano). La familia del huaoque debía tratarlo igual que si estuviera vivo o que si fuera su momia. Al igual que las momias, los huaoques eran alimentados y vestidos, y participaban en la vida cotidiana. Incluso eran llevados junto a los ejércitos en las guerras, pues podían aconsejar o traer buena suerte (BC).

“Creían también que el sapa-inca muerto podía sobrevivir en una estatua considerada como su segundo cuerpo. La mencionada efigie recibía el nombre de guaoqui o huaoqui, a la que se le añadía el nombre del soberano a quien simbolizaba y encarnaba. Les bastaba entonces con mencionar dichas palabras para que la estatua, que tenía vida, escuchara. El culto que practicaba cada panaca en torno a ellas garantizaba su supervivencia. Así pensaban ellos.” (WE)

En el templo de Coricancha (Quricancha o Qurikancha, templo dorado) en Cuzco, el más grande dedicado a Inti, el dios sol, solía haber tres representaciones del dios: como Apu Inti (el sol Señor), como Churi Inti (el sol Hijo) y como Huaoque Inti (el sol Hermano), algo así como el espíritu del sol, el cuerpo que lo encarnaba, es decir el Inca, el emperador, y su representación, el huaoque. “La estatuilla era tratada como si tuviera vida. En el Coricancha existían sirvientes encargados de sacarlo a la plaza principal durante el horario de día y cuando el cielo oscurecía volvía a ser guardado” (PT).

Las huacas: todo puede esconder un espíritu

Las huacas podían ser animales, personas, cosas, montañas, momias, estatuas, puentes, cuevas, construcciones arcaicas como Tiahuanaco, esteros, árboles, no había límite, la única condición es que tuviera algo de sagrado, y esto para ellos quería decir que estuviera animado por algún espíritu, o que tuviera una característica inusual, inexplicable, no normal. Los espíritus que animaban las huacas tenían “poderes y responsabilidades”, y se creía eran efectivas principalmente en sus alrededores. Así, las huacas eran consideradas protectoras y guardianas del lugar y sus habitantes. Su poder era variable y estaban categorizadas según su poder. Las altas montañas y volcanes, sobretodo los nevados, eran considerados las huacas más poderosas.

Por lo general, todo lugar donde había pasado o reposado un Inca era declarado huaca, por él mismo, o por la gente de las comunidades. “La huaca, fuera lo que fuese, era un objeto sagrado. Tenía una fuerza sobrenatural con la que era conveniente conciliarse” (AM). Las rocas que Pachacuti convirtió en guerreros, rocas llamadas puruauca, fueron convertidas en huacas. En los alrededores de Cuzco había más de 500 huacas. En los pasos a través de las montañas andinas, existían, y todavía quedan algunos, montículos llamados apachita, que eran considerados huacas; los caminantes iban formando con el paso de los años esos montículos artificiales, pues cada caminante depositaba sobre aquel, pequeñas piedras o pedazos rotos de arcilla de jarrones y vasijas.

Algunas huacas eran consideradas oráculos, las más famosas eran las huacas de Pachacamac y las de Apurimac (BC). En un mundo poblado de espíritus y de supersticiones, era algo cotidiano preguntarle a un oráculo antes de emprender algo, preguntarle cómo encontrar algo o alguien, cómo curarse una enfermedad o determinar la veracidad de algún testimonio. Era un sacerdote, un Huacapvillac o Wakawan rimax (Wakarimatsi o Guacarimachic), “el que hace hablar a las huacas”, el que daba la respuesta del oráculo; según Bernabé Cobo, daba la respuesta después de entrar en trance usando alguna planta enteógena. “Tschudi señala que solían transportarse al estado de éxtasis mediante una fruición o cocimiento de plantas narcóticas, estado al que llamaban Utirayoc,de uti: tonto (Balducci, 1984:54, 55)” (MCB).

Monolito

Monolito de Sayhuite, roca de granito de dos y medio metros de altura y cuatro metros de diámetro, tallada en su parte superior con más de 200 figuras.

Todos los incas, incluida la casta real, eran en muy supersticiosos, tanto era así que las artes adivinatorias eran un recurso judicial cuando no se obtenían las confesiones que aclarasen los casos. “Si la lluvia se hacía esperar, si una helada maltrataba una cosecha, si el emperador estaba enfermo, todos estos eran signos de que se hacía indispensable una confesión y una expiación para restablecer el equilibrio de la naturaleza” (AM). Algunos sacerdotes invocaban a los espíritus para encontrar algún objeto perdido, para ver el porvenir o para encontrar algún culpable viendo el pasado. La más impactante de aquellas consultas era el llamado a los muertos por medio de un brasero. Las consultas realizadas por medio del fuego eran hechas sobretodo para desenmascarar a los traidores. A veces era toda una comunidad que debía ser confesada.

Cuando se trataba de pequeñas adivinaciones a particulares leían “la marcha de las arañas, la disposición de las hojas de coca o el correr de la saliva por sus dedos”, o también recurrían a tiradas de maíz interpretando las cosas según si salían pares o impares; pero cuando se trataba de leer la suerte del imperio recurrían a las vísceras animales, soplando por ejemplo por la tráquea e inflando los pulmones, de manera a poder leer sobre las venas.

Investigación y Redacción: Álvaro Riquelme Marinkovic
Fecha de publicación: 02-09-2020
Última actualización: 02-09-2020

Fuentes:

(MCB) María Cristina Bianchetti - Curanderos,especializaciones y afecciones que rigen aún hoy en el área andina centro oeste suramericano. 2014
(IGV) Inca Garcilaso de la Vega - Comentarios reales de los incas. 1609
(WE) Waldemar Espinoza - La civilización inca 1995
(ME) Mircea Eliade – Técnicas arcaicas del éxtasis
(GE) Gordon F. McEwan - The incas. New perspectives. 2006
(BC) Bernabé Cobo – Historia del Nuevo Mundo, tomo IV – 1893
(PT) Patricia Temoche – Breve historia de los incas 2008
(AM) Alfred Métraux – Los incas - 1961

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