Multitemátika

La mujer en la civilización inca

Runa en su telar móvil

Mujer tejiendo en su telar móvil

La costumbre inca tenía la particularidad de permitir la convivencia de las parejas antes de casarse, era una unión de prueba, pre-matrimonial, llamada tincunacuspa en el sur y pantanacuy en el norte, en que la pareja convivía en casa de los padres de cualquiera de los dos, por meses o a veces por años. Así sabía cada pareja si era compatible, el hombre veía si la mujer era hábil en las tareas del hogar, y la mujer veía si el hombre era bueno para trabajar o si era más bien perezoso, todo en presencia de los taitas. Esto sucedía con el pueblo inca, entre los runas, la casta más numerosa, el pueblo en general, que no eran ni siervos ni nobles. Dicha convivencia pre-marital no ocurría en la nobleza, pues los matrimonios eran arreglados desde la infancia y no había período de prueba, ni coqueteos, ni enamorados.

La nobleza inca, los panacas, estaba conformada por toda la descendencia de cada soberano Inca, de quién heredaban el usufructo de todas las tierras y yanaconas (siervos) que había conquistado. El número de personas pertenecientes a la nobleza fue creciendo a través de los años, probablemente con la misma tendencia que runas y yanaconas. Había una segunda casta de nobles, los curacas o apos, de rango inferior, menos numerosa, pero que gozaba de muchos de los derechos de la casta de los panacas, que no descendía de ningún soberano inca sino de soberanos de otros señoríos o hasta reinos, sometidos por los incas. También podía haber curacas designados que no descendían de ningún noble. Los derechos de las mujeres pertenecientes a cualquiera de estas dos castas parecen haber sido similares.

Volviendo a los runas, si después de la convivencia la pareja estaba de acuerdo, se casaban, y recién entonces se les asignaba tierra para el cultivo. Se les ayudaba a construir su casa, ya sea mediante minkas (mingas, trabajos colectivos solidarios en la comunidad), o mediante el ayni (retribución de favores entre personas o familias). La casa era construida frecuentemente cerca de la de los padres, o a veces lejos, pero siempre dentro de la misma comunidad.

Si durante la convivencia no llegaban a estar de acuerdo, la unión se deshacía y se intentaba con otra persona, pero ninguno de los dos recibía tierra para cultivo, por lo que la presión por casarse existió siempre. El runa casado era oficialmente un miembro activo del ayllu, con deberes y derechos. Por ejemplo, solamente después de casados eran susceptibles de ser llevados a trabajar a las mitas (mingas estatales que muchas veces eran de larga duración).

El matrimonio en el pueblo inca era una fiesta colectiva donde se casaban varias parejas el mismo día, en una fecha determinada por el estado. Existía la figura y el derecho al divorcio, pero solo para los casos graves. Tanto el hombre como la mujer podían volver a casarse, ya sea por viudez o divorcio, pero era obligatorio dejar pasar un buen tiempo antes de llevarlo a cabo. Los runas hombres podían tener una sola esposa y estaba prohibido el matrimonio entre etnias distintas, debían casarse entre personas cercanas unas de otras, algo que se conoce como endogamia. Los runas tenían prohibido el incesto hasta el cuarto grado de consanguinidad, tanto vertical (con tías por ejemplo), como horizontal (con hermanas o primas).

Los hombres de la nobleza podían ser polígamos, podía tomar por esposa a cualquier mujer, sin importar lo lejano de su origen, y tenían derecho al incesto, algo que practicaron siempre los soberanos, pues su esposa principal, al menos legalmente, era siempre su hermana (que en quechua se dice pana y de donde deriva la palabra panaca, algo así como hermandad). La mujer, fuere noble o runa, en cambio, tenía prohibida la poliandria (tener muchos maridos).

Runa en su telar móvil

La situación social de la mujer siempre estuvo más o menos sometida y perjudicada legalmente. Por ejemplo, la mujer runa recibía al casarse solamente la mitad de la tierra que le entregaban al hombre para su uso.

Evidentemente, no se puede generalizar nunca en un territorio tan vasto y heterogéneo como el que conquistó el inca. En algunas partes del norte, la mujer podía llegar a ser curaca si faltaba un heredero varón. Si alguna enviudaba o si faltaba el marido por estar en guerra o en mita, ella tomaba el rol de jefe familiar. Ninguna mujer runa era obligaba a casarse de nuevo ni ningún hombre pasaba a administrar las parcelas de su difunto marido, tampoco las heredaba, pues las parcelas eran redistribuidas por el estado a cualquier otro runa recién casado. También hay casos reportados de señoras nobles que fueron guerreras o administradoras. Quizás la más famosa es Chañan Curi Coca, una curaca Chocó de los alrededores de Cuzco que dirigió una batalla contra los chancas y exhibió por largo tiempo la cabeza del líder vencido. Las mujeres del pueblo también iban a las batallas, a la retaguardia, cuidando heridos, preparando comida, reparando trajes, etc.

Según el historiador del siglo de oro español, Antonio de Herrera y Tordesillas, existieron etnias compuestas casi exclusivamente por mujeres, organizadas en pequeños reinos instalados en los límites del imperio inca, hacia el oriente, es decir, hacia la amazonía. Tenían reinas, y las reinas tenían guerreras. Fueron llamadas desde antiguo como amazonas, en honor al mito griego. Construyeron fortalezas, llamadas warmi pucara. Al parecer los incas las respetaron, o al menos nunca pudieron conquistarlas, quizás por vivir del lado de los bosques impenetrables, pero intercambiaban cosas, e incluso entregaban regalos al emperador. No se sabe si eran lesbianas, pero sí se sabe que hay términos en el runasimi para expresarlo: chanchak marmi, kakcha, warkana o komi. Hacia el otro lado de los Andes, hacia la costa, se ha testimoniado también muchas veces de mujeres líderes, o de curacas sometidos a sus esposas, o de esposas runas que cambiaban a sus maridos a voluntad, sobre todo entre los yungas.

De todas maneras, aún sin considerar a los yungas ni a las amazonas, si comparamos la posición de la mujer incaica con respecto de la mujer del imperio romano, o también del imperio español, encontraremos que su situación era bastante más amigable. Recordemos que los runas varones también tejían o hilaban, que trabajaban tanto como la mujer, y que a final de cuentas, la mujer incaica podía elegir y probar a su marido gracias a la unión prematrimonial, algo inconcebible entre los españoles que venían saliendo del medioevo.

Por lo que entendemos, las mujeres incas nobles estaban en peor posición que las incas runas, no en lo material pero sí en lo emocional. No podían elegir a su pareja pues los matrimonios eran arreglados, y debían compartir a sus maridos con otras mujeres. En cambio la mujer runa podía practicar libremente su sexualidad antes del matrimonio, y también después de separada o de enviudar. La virginidad no tenía ninguna importancia si no pertenecías a la nobleza. Probablemente porque el imperio inca basaba todo su poderío en la fuerza humana, no había máquinas, no conocían la rueda, tampoco había bueyes ni caballos, las llamas cargan máximo 30 kgs, y por lo tanto le convenía a la clase privilegiada que los runas se multiplicaran, sobretodo en una región geográfica que distaba de estar sobrepoblada.

Mientras amamantaran, las mujeres se abstenían de tener relaciones sexuales, esto sucedía por lo común hasta los dos años. Con toda probabilidad lo hacían para no quedar embarazadas y así no tener que destetar prematuramente al bebé, pues la gestación disminuye y corta el suministro de leche materna. Niños y niñas permanecían con la mamá hasta máximo los siete años, edad en que los niños pasaban a ser carga y ayuda de los padres, y las niñas, de las madres. Cuando llegaba la primera menstruación de las niñas (menarquía), se celebraba una ceremonia donde se le entregaban vestidos nuevos y se le hacían trenzas, debía ayunar dos días completos antes de la ceremonia, que se celebraba al cuarto día.

Los padres runas estaban ligados legalmente a sus hijos varones, y las mamás runas estaban ligadas legalmente a sus hijas mujeres. Esto en la práctica significaba que el padre solo heredaba sus bienes a sus hijos, y la madre a sus hijas. Las tierras no eran heredables, solo los bienes muebles: instrumentos de trabajo, musicales, etc. Esto es conocido como descendencia paralela. También implicaba que los hijos debían cumplir con obligaciones que dejó el padre en vida, y las hijas con las obligaciones de su madre. Lo mismo para el cuidado de las momias o de los huesos de sus progenitores, los hijos cuidaban de los restos de su padre, y otro tanto hacían las mujeres con los de sus madres, que en quechua se dice mama. Padre si dice yaya, y así se le dice tanto al papá como a los tíos. Taita es una palabra para decir "padres" en general, incluyendo a mamá y papá, pues también se dice mamataita o yayataita.

En cuanto al trabajo que realizaban en su vida diaria, por lo general hombres y mujeres compartían varias labores, aunque el hombre se dedicaba más a lo que requería más fuerza, como arar la tierra por ejemplo, y las mujeres a la siembra. La cocina parece haber sido exclusividad de las mujeres, al igual que la atención de los niños hasta los siete años. Pero la alfarería, el tejido y el pastoreo, por ejemplo, eran labores compartidas por hombres y mujeres, incluyendo a niños y adolescentes.

En las llactas, que eran ciudadelas imperiales incas, se podía encontrar mamaconas (literalmente: madres), mujeres y abuelas solteras, religiosas, que educaban y hacían trabajar a niñas que habían sido elegidas por todo el imperio, eran las vírgenes del sol, las acllas (literalmente: escogidas). Las mamaconas eran verdaderas “madres superioras” de los acllahuasis (literalmente: casa de niñas escogidas), “conventos” de niñas vírgenes, que en realidad eran centros de acopio de niñas, pues una vez educadas serían repartidas como esposas, como premios, a funcionarios, militares, sacerdotes (la casta sacerdotal tenía familia), y parientes del sapa-inca (literalmente: rey de reyes), quien por supuesto, también se quedaba con algunas. Toda llacta importante tenía un acllahuasi. El ingreso de las niñas era desde los ocho años. La mayoría eran runas, provenían de ayllus (aldeas) cercanos a las llactas. Las niñas más bonitas de los ayllus eran desarraigadas de su familia y terminadas de criar por mamaconas.

También había acllas provenientes de la clase alta (panacas o curacas), eran llamadas yuracacllas, y eran ellas quienes pasaban a ser mamaconas y a vivir para siempre en el acllahuasi, lo poco que se sabe es que no eran entregadas a ningún hombre. Algunas llegaban a ser profetisas pues algunas practicaban la adivinación y manejaban un oráculo. El resto de las niñas era educada en religión y en música, pero sobretodo para trabajar en una casa, les enseñaban a cocinar, a tejer, a preparar chicha. Las únicas niñas runas que no eran entregadas a un hombre, eran las que destacaban en el canto, las taquiacllas, elegidas para cantar en las ceremonias y las fiestas.

Si cualquier aclla era sorprendida con un hombre, era condenada a muerte por inanición, al ser vírgenes, religiosas y vivir con mamaconas, nadie podía matarlas. Las encerraban y no les daban agua ni comida. Por otro lado, si no eran sorprendidas, pero les nacía un hijo, y no se podía comprobar quién era el padre, el hijo era educado como un noble y la aclla se salvaba.

La prostitución no fue nunca perseguida, pero en cambio no se la toleraba cerca. Ninguna mujer podía conversar con prostitutas, ni tampoco acercárseles. Eran llamadas pampayruna, despreciadas en público por los hombres, y por eso vivían más bien separadas de los ayllus, en alguna choza en la pampa. También eran llamadas mitahuarmis, que quiere decir mujer de turno. Fue el inca Pachacutec quien reglamentó la existencia de las pampayrunas, con la finalidad de evitar violaciones de muchachas o deseos de mujeres ajenas, y para calmar a funcionarios que estuvieren viajando. Las pampayrunas no practicaban el oficio por voluntad propia, pues eran mayoritariamente prisioneras de guerra obligadas a hacerlo. Se les alimentaba y daba un refugio, y el cliente debía dejar una paga en especie. Las prostitutas tenían prohibido entrar a los ayllus y a las llactas, y cuando ya habían perdido atracción, eran llevadas a trabajar como cocaleras. Sus hijos eran retirados a penas nacidos o poco tiempo después, y entregado a parejas o familias que lo solicitaran.

Este artículo es un fragmento adaptado del dossier: La vida cotidiana de los incas

Investigación y Redacción: Álvaro J. Riquelme Marínkovic
Fecha de publicación: 26-11-2020
Última actualización: 26-11-2020

Fuentes:

Inca Garcilaso de la Vega - Comentarios reales de los incas. 1609
Waldemar Espinoza - La civilización inca. 1995
Gordon F. McEwan - The incas. New perspectives. 2006
Bernabé Cobo - Historia del Nuevo Mundo, tomo IV. 1893
Alfred Métraux - Los incas. 1961
Martín de Murúa - Historia General del Perú. 1616
Sara Guardia – Mujeres peruanas, el otro lado de la historia. 2013

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