La vida cotidiana de los incas
Terrazas de cultivo incas en Los Andes
El objetivo de este artículo es mostrar el panorama de la vida cotidiana de los antiguos incas antes de la conquista española. ¿Qué hacían y qué no sabían hacer? ¿Cuáles eran sus juegos, desde qué edad trabajaban, cómo se enamoraban, había o no pobreza, cómo se sanaban, qué animales y vegetales consumían, vivían en pueblos o desperdigados, cuáles eran sus personajes, cuáles eran sus derechos y sus deberes, eran espirituales o materialistas, qué posición tenía la mujer, eran machistas o libres?, son muchas preguntas que hacernos para tener una visión de conjunto de las personas comunes y corrientes de la civilización inca, y también, no hay que olvidarlo, de sus castas y sus tipos sociales, de sus minorías, fueren privilegiadas o sometidas.
La tarea se complica cuando vemos el mapa y la extensión territorial que alcanzaron. Con varios pisos climáticos, con ecosistemas totalmente diferentes (desierto, costa, altiplano, selva, valles subtropicales, puna), habrá naturalmente diferentes formas de ser y diferentes tareas y trabajos, por lo que la vida de un inca del altiplano era diferente al de los valles, y este, distinto al de las costas. Había incas viviendo en pleno desierto, al borde de los esteros, arroyos y ríos que bajaban de la generosa cordillera, a kilómetros de la costa, donde vivían otros incas distintos a los incas del frío o a los incas del subtrópico, estos incas eran descendientes muchas veces de los pobladores cordilleranos, conviviendo con etnias de pescadores que tenían hasta otra lengua, pero que habían sido conquistados por los incas. No hay que olvidar que los incas fueron colonizadores y conquistadores, al igual que los españoles. Cuando decimos incas, nos referimos a la población general de la civilización inca, que mayoritariamente no perteneció a la etnia inca fundadora, y que hablaba muchas veces otros dialectos y que tenía otras costumbres y otros dioses, diferentes a los de la etnia inca. La población del imperio fue un mestizaje unilateral de etnias, y subformas de ser, porque era la genética “noble” la que entraba en las demás, porque como veremos, el mestizaje, o la exogamia como lo ha llamado la antropología, era privilegio del emperador Inca vía sus acllacuna (vírgenes escogidas en todo el imperio), y privilegio también de los funcionarios públicos y de la nobleza, a quienes estaba permitida la poligamia (tener muchas esposas), la exogamia (tener esposas de otras etnias) y también el incesto (tener esposas primas o esposas hermanas). Solo los nobles y los funcionarios de alto rango tenían esos derechos, no los incas comunes y corrientes, no los runas, como llamaban a la población general.
Vista satelital de las zonas áridas de la costa del Perú. La cordillera de los Andes provee de agua a la zona a través de los ríos.
Este fue uno de los ecosistemas de la civilización inca.
No se puede simplificar y decir que los incas eran campesinos agricultores, a pesar de que la mayoría de la población lo era. Sería olvidar a los incas de la costa, que eran pescadores y cultivaban bastante menos la tierra que en las sierras cordilleranas o los valles fértiles alrededor de los ríos en las zonas áridas. Sería también olvidar a los incas que vivían principalmente del pastoreo, en las alturas del páramo, que trocaban pieles y lanas por aguacates, mazorcas o chicha, que cultivaban bastante menos que en los climas más cálidos.
Derechos y deberes del pueblo inca
Lo que si era igual para todas esas formas de ser inca, o de pertenecer a la civilización inca, era la mano del estado: los derechos y los deberes para con los demás. Ahí no había diferencias, todos los runas iban a la mita o a la minga, y todos entregaban parte de su cosecha al estado, ya fueran peces, tejidos, llamas o papas. Si se necesitaban tropas guerreras o tropas de trabajo, daba lo mismo de donde fueras. Los deberes para con el estado se pagaban en especie y en trabajo. Podían llevarte por un año a trabajar tierras o canteras o a construir grandes muros o caminos, esto era conocido como la mita. Podían elegir a la mujer más linda del valle y llevársela para siempre, para ser educada con las vírgenes del sol, y luego ser entregada a algún funcionario de alto rango o a un primo, tío, hermano, hijo... del soberano Inca. También había deberes para con la comunidad aledaña, como cuando había que reemplazar un puente, mantener un camino vecinal, abrir un canal para distribuir el agua, construir un tambo de almacenamiento, esto se conocía y todavía se conoce como la minga. Y finalmente deberes de retribución personal o familiar, como cuando alguien te había dado una mano y tú se la devolvías, conocida como ayni.
Todo ese trabajo lograba un excelente sistema de irrigación, una amplia y muy conectada red de caminos, y una paz social envidiable porque nadie se moría de hambre, todos tenían asignado, al casarse, un buen pedazo de tierra para el autosustento, en comunidades mejoradas por el trabajo de provecho colectivo, con sus propias fiestas y creencias. Al mismo tiempo el trabajo para la comunidad o para el estado, eliminaba la necesidad de acumular dinero para comprar trabajo humano, puesto que estaba siempre disponible y era fomentado por la misma existencia del concepto de minga o de ayni, es decir, culturalmente. Tanto el ayni como la minga existían desde antaño, antes de los incas. Algo que fue notablemente útil para el imperio pues era gente acostumbrada a colaborar y al trabajo colectivo. El estado incaico, en parte a cambio de las mitas y de los impuestos en especie, se obligaba a socorrer a cualquier comunidad que perdiera su cosecha de alimentos. También había transferencia tecnológica, se enseñaba a curanderos, a maestros de la piedra, de la madera o del metal, la misma mita era un lugar de aprendizaje. Estaba prohibido enriquecerse, se podía guardar la cosecha hasta el próximo año, pero ninguna comunidad podía comprar más tierra porque toda la tierra era de la nobleza inca, y no se tranzaba. La única manera de agrandar el territorio era teniendo muchos hijos, pues a cada hijo que llegaba a la edad adulta se le asignaba tierra de cultivo para su usufructo . Los rebaños también estaban controlados, había límite, los excedentes eran sistemáticamente retirados.
Aldeas y ciudades incas
Las comunidades más pequeñas eran llamadas ayllu o aillu, y estaban todas ligadas a un ancestro común varias generaciones hacia atrás. Dicho ancestro daba el apellido, que generalmente había tomado el nombre de un animal pero también, en ocasiones, el nombre o la forma de un objeto natural. Los huesos del antepasado estaban contenidos en un lugar sagrado que ellos llamaban y llaman todavía huaca, como a todo lo sagrado o sobrenatural. La sola presencia de los restos del antepasado común, y también de los restos de su descendencia más notable, cerca del ayllu, protegía a la comunidad, y otorgaba derecho sobre las tierras alrededor. Según Waldemar Espinoza, los primeros censos españoles informaron ayllus de entre 40 y 600 personas, pero el historiador señala que ayllus tan despoblados pueden haber sido producto de las epidemias que llevaron a América los españoles, y que en tiempos normales agrupaban en promedio a cien familias.
Parte del valle sagrado de los incas. En los Andes hubo muchos ayllus en este tipo de valles.
No se podía emigrar voluntariamente, quedabas atado a tu terruño. Esto no parece haber sido un gran problema para los incas, para el pueblo inca, los runas. Vivían felices y en paz, con sus trabajos y sus fiestas, sus quehaceres y sus trabajos colectivos. Cada ayllu y cada etnia tenía una forma particular de vestir, y debían mantenerla, era obligatorio. Muchas veces identificaban a lo lejos a alguien solamente por los colores y hasta las formas dibujadas en los vestidos que usaba, a pesar de que el traje fuera el mismo entre los diferentes ayllus, los colores y los signos no lo eran. Su patria, su nación, era el ayllu, pasaban siglos y el vestido era siempre el mismo.
Lo más frecuente era encontrar casas de familias nucleares (papá-mamá-hijos) a veces también compuestas por familia adicional como algún huérfano, alguna tía solterona o viuda, etc, casas separadas las unas de las otras, con la particularidad de instalarse, al menos en la Cordillera y sus valles, en las laderas, para dejar las partes planas y cercanas a las fuentes de agua para el cultivo agrícola. Prácticamente no formaban pueblos con casas pegadas las unas a las otras, y cuando lo hacían, no había calles sino diminutos pasillos que separaban una pared de otra, como pequeños laberintos, en pequeños pueblitos llamados markas, situados siempre sobre pedregales o lugares improductivos. Por lo general estas markas correspondían a un solo ayllu, pero las hubo más grandes, markas conteniendo varios ayllus, como en Tunanmarca (Siquillapucara), que fue una ciudad fortificada de más de 2 kilómetros de ancho y más de medio kilómetro de largo, el reino de los huancas.
Además de las markas, los pueblitos incas, existieron las llactas, que eran ciudadelas imperiales donde el grueso de la población iba rotando puesto que estaba compuesta de mitani o mitayos, gente que hacía mita, que como dijimos, era una retribución al estado inca con trabajos obligatorios. Tenían entonces las llactas mayoritariamente una población flotante, junto a una pequeña población permanente sobretodo de mujeres (acllascas, que significa escogidas, y mamaconas, que eran sacerdotisas que educaban a las vírgenes), el resto de la población solo estaba un tiempo, trabajaba, y volvía cada uno a su ayllu de origen. Cuzco era la llacta más grande, la más importante por ser sede permanente del poder imperial, y la más sagrada, pues allí “residían” las momias de todos los emperadores previos. Y era la única llacta con una cantidad importante de residentes permanentes, además de todos los mitayos trabajadores siempre de paso. Según Waldemar Espinoza, Cuzco pudo haber albergado a entre 60.000 y 100.000 habitantes. La fundación y construcción de llactas fue siempre parte del plan imperial de expansión y control. No lo inventaron ellos, más bien heredaron esta práctica, o la copiaron, de los Huaris (o Waris) y los Puquinas (Tiwanaku o Tiahuanaco), estos últimos grandes maestros de la piedra. Citaremos las principales llactas del imperio inca, de norte a sur: Quito, Carangue, Tumipampa (Tomebamba), Caxas, Poecho, Caxamarka (Cajamarca), Cochapampa (Cochabamba), Huamachuco, Huanucopampa (Wanakupampa), Pumpu, Hatun Xauxa (Jatunjauja), Picchu (Machu Picchu), Pachacamac, Incahuasi, Pucallacta (Tambocolorado), Vilcashuamán, Ollantaytambo, Jatuncolla, Paria, Incarracay.
Lo que pudo ser una calle en una llacta
Todas eran fieles copias de Cuzco, con un templo dedicado a Inti, una casa del Inca (incahuasi), una casa para las vírgenes del sol (acllahuasi), una cárcel (sancaihuasi), y muchos almacenes (colcas o qullcas). Donde podían, hacían piscinas termales, y donde no, si era en la costa, piscinas de agua fría. Las llactas solían ser más grandes que un pueblo, a veces tenían barrios. El objetivo de su construcción era potenciar y asentar la administración de las regiones, con sus señoríos y reinos sometidos al Inca. Se observa que hubo más llactas al norte que al sur, probablemente porque la etnia inca cuyo origen y preferencia siempre estuvo en la cordillera, en la sierra, vio mayor potencial de expansión hacia el norte que hacia el sur o el este. Al Sureste, más allá de las sierras, tenían que confrontar a los guaraníes, que en número eran muchísimos, y que, al igual que los mapuche del sur, estaban protegidos por las selvas y los bosques. Ni hablar de la impenetrable Amazonía que el incanato solo pudo abordar mínimamente. En cambio hacia el norte tenían muchos cientos de kilómetros de sierras andinas, y lo sabían puesto que ya habían dominado el extremo sur de lo que hoy es Colombia. El objetivo era claro: las sierras colombianas.
Guardando las proporciones, las llactas podían calificarse como “cosmopolitas”, pues en ellas se reunían personas de todos los rincones del imperio, se hablaban distintos idiomas, se practicaban y enseñaban distintas artes (textiles, metalúrgicas, alfareras...). En sus calles había mitayos, soldados, sacerdotes, funcionarios, nobles, mamaconas, yanaconas, mitmas, había desfiles y fiestas de vez en cuando, y no faltaba nunca ni el agua ni el alimento ni el abrigo. Pero eran ciudadelas artificiales, sin raigambre. Nadie había escogido estar allí y casi todos estaban de paso. Por eso a la llegada de los españoles no quedó nadie, no hubo defensa patriota, más bien algunas fueron arrasadas por los propios “habitantes”. Quedaron despobladas las llactas, la gente se fue a la sierra, a la costa, a sus respectivos ayllus. Las pocas llactas que hoy en día son ciudades, como Quito o Cuzco, lo son por decisión de los españoles de establecerse allí. Las llactas nunca tuvieron habitantes con sentido de pertenencia a un lugar, no había mercado ni comerciantes ni casas de familia que se heredaran de generación en generación.
Markas y llactas no conformaban el grueso de la población inca, sino las casas esparcidas por los campos formando ayllus. De modo que al caminar por los Andes, y sus valles, fuesen áridos o subtropicales, lo que nos hubiéramos encontrado son seguidillas de casas en las laderas, unas cercanas a otras, con lugares colectivos para hacer la fiesta, terrenos colectivos en el plano, terrenos familiares, terrenos colectivos del estado y campos compartidos para los rebaños que les estaba permitido tener, y solo muy de vez en cuando un pueblo (marka) o hasta una ciudadela (llacta). A menudo estas pequeñas aldeas, los ayllus, estuvieron rodeadas de muros: curvos, lineares o en zigzag, y dando la espalda a algún acantilado. Esto es testimonio que los ataques en tiempos pre-incas debieron ser algo frecuentes, y lo hacían también para proteger y guardar a sus preciados rebaños de llamas y alpacas. Los incas, al igual que los españoles, se preocuparon de desalojar estas aldeas algo fortificadas, para ubicarlas en lugares más accesibles, de modo que fueran más controlables. Y por otro lado, construir en las alturas, lejos del agua, los hizo presa fácil para el asedio y el sitio que practicaban los incas con los rebeldes que no aceptaban el imperio, rodeándolos e impidiéndoles el acceso al agua.
En las sierras cordilleranas las casas podían ser de adobe, de pirca (piedras ordenadas sin mortero) y techos de paja. La figura más común fueron las circulares, sobretodo en la costa, pero también las había cuadrangulares, característica más bien de la sierra. En la costa y los valles más temperados, construían con ladrillos medianos y pequeños (adobitos) que secaban previamente al sol, y como no llueve tanto, no se tomaban la molestia de cocer los ladrillos. En los lugares más cálidos simplemente construían con cañas que dejaban pasar el aire entre ellas. Las parcelas familiares y del estado, lotes conocidos como tupos o topos, estaban siempre perfectamente cercadas (con pircas o ramas), cada persona podía tener de seis a ocho tupos, pues conocían la rotación de cultivos y siempre había tierra descansando, recibiendo el abono del rebaño.
Por otro lado había ayllus de estatus especial, llamados panacas. Eran ayllus conformados por familias nobles, descendientes de algún soberano Inca, no importa cuantas generaciones hacia atrás. También vivían en comunidades multifamiliares, pero la gran diferencia es que tenían servidumbre y ellos no trabajaban la tierra ni se ocupaban de los animales ni lavaban ni tejían, etc, estas tareas eran realizadas por los yanaconas o yanas, que en quechua quiere decir tanto negro como sirviente (según una leyenda les decían negros porque así habían quedado por el poder del sol, de Inti). Yanaconas eran al principio prisioneros de guerra, después, toda la descendencia de estos prisioneros seguía siendo yanacona, siervos a perpetuidad del funcionario, del noble, o del Inca, y sin derecho a tupos (parcelas) ni a redistribuciones estatales. Al igual que en la Roma imperial, los había de varios tipos, algunos muy educados que podían llegar a ser funcionarios, y otros que eran mano de obra abundante.
Estas panacas estaban casi todas en los alrededores de Cuzco, pero también las había lejanas, y cumplían la labor de reforzar el poderío inca, además de las llactas. Cada nuevo emperador inca no era dueño de las tierras de sus predecesores, por eso debía conquistar nuevas tierras, que heredaría después de su muerte a toda su descendencia (en teoría el seguía estando vivo y su momia era la dueña de las tierras que sus descendientes usufructuaban). Las primeras conquistas fueron alrededor de Cuzco, pero con los años fueron cada vez más lejanas. Las panacas se instalaban en las tierras conquistadas por cada asendente imperial.
Según algunas fuentes, también existieron mitmas de panacas. En tal caso, son conocidas también como ayllus de mitmas incas. Las mitmas o mitimaes fueron un fenómeno tardío en la historia inca, cuando ayllus enteros o fraccionados eran reubicados en otras zonas vía migración forzosa, ya sea para castigarlos por andar complotando, o para reubicarlos en un lugar más controlable, o para aliviar el crecimiento poblacional de alguna zona. También tardíamente los incas formaron ayllus heterogéneos, con familias tomadas por aquí y por allá, como castigo o para prevenir revueltas. En ambos casos, son conocidos como ayllus de mitmas o mitimaes, a veces de carácter permanente, otras veces de carácter temporal, a veces como castigo, y otras como premio.
Entrada a una propiedad en una llacta
Población y castas incas
Cada ayllu tenía varías familias, unas cien o un poco menos, en promedio. El jefe de familia, el padre, era llamado purej o purec. Y cada ayllu tenía un jefe, conocido como curaca o pachaca-camayoc o camachic, casi siempre el mayor de los descendientes del ancestro común, que nació y creció en el ayllu; pero en algunas ocasiones, cuando el ayllu había sido rebelde, nombraban un curaca venido de fuera a controlar la producción de las tierras estatales, pues el curaca era el encargado de esa tarea. A su vez, los curacas eran controlados por funcionarios estatales, los huaranga-camayoc, que no formaban parte del ayllu como el curaca, y que estaba a cargo de mil familias o diez curacas. Existía también un funcionario de alto rango llamado tucuirícuc (tucuy rikuq, en quechua literalmente, “el que todo lo ve”), que llegaba de improviso a los ayllus, haciéndose pasar por runa (hombre común) o como algún funcionario de rango bajo que nada tenía que ver con el control de la producción o la justicia. Así podía observar imparcialmente qué sucedía. A la hora de poner orden, mostraba el tejido de la mascapaicha que el soberano Inca le había entregado como señal de la gran autoridad que les daba, y todos le obedecían.
Con tanta familia junta en los ayllus, era importante evitar la consanguinidad. Para ello el lenguaje debió ayudar en buena medida. Por eso vemos una larga lista de sustantivos para designar a la parentela, según si es hombre o mujer, y si desciende del padre o de la madre. Los tíos de linea paterna eran considerados padres también, no tíos, se usaba la misma palabra para padre como para tío: yaya. Los primos, de cualquiera de las dos lineas, eran considerados hermanos, aún si se le decía primo-hermano o prima-hermana. Los hombres le decían y todavía dicen a su hermana: pana, y las mujeres a una hermana: ñaña. La mujer le decía y dice a su hermano: tura, y el hombre le dice a su hermano: huauque. Había un nombre hasta para los primos en tercer grado.
Tal diferenciación sobretodo dependiendo del género sexual a ambos lados de la relación se explica por lo que se conoce como descendencia paralela: los padres runas estaban ligados legalmente a sus hijos varones, y las mamás runas estaban ligadas legalmente a sus hijas mujeres. Esto en la práctica significaba que el padre solo heredaba sus bienes a sus hijos, y la madre a sus hijas. Las tierras no eran heredables, solo los bienes muebles: instrumentos de trabajo, musicales, etc. La descendencia paralela también implicaba que los hijos debían cumplir con obligaciones que dejó el padre en vida, y las hijas con las de su madre. Lo mismo para el cuidado de las momias o de los huesos de sus progenitores, los hijos cuidaban de los restos de su padre, y otro tanto hacían las mujeres con los de sus madres, que en quechua se dice mama. Taita es una palabra para designar padre en general, se dice mamataita o yayataita.
En cuanto al trabajo que realizaban en su vida diaria, por lo general hombres y mujeres compartían varias labores, aunque el hombre se dedicaba más a lo que requería más fuerza, como arar la tierra por ejemplo, y las mujeres a la atención de la cocina y los niños. Pero la alfarería, el tejido y el pastoreo, por ejemplo, eran labores compartidas, incluyendo a niños y adolescentes. Comenzaban a trabajar desde muy niños, dependiendo de las fuentes que uno encuentre, entre los 5 y los 7 años ya ayudaban a los padres. La población no activa, los ancianos o los enfermos, fueren crónicos o temporales, seguían teniendo el usufructo de sus tupos, de sus parcelas, pero no pudiéndolo trabajar, la comunidad ayudaba, mediante figuras de trabajo voluntario y colectivo, como el ayni o la minga. También recibían ancianos y enfermos ayuda del estado mediante redistribuciones de alimentos, hierbas y tejidos.
Collcas en Cotapachi
El comercio casi no existía. El imperio inca no tenía comercio exterior, y por otro lado tenía prohibida la propiedad privada de la tierra para los runas, que no eran dueños de las tierras que cultivaban pero sí tenían un usufructo de por vida, garantizado, por decirlo del alguna manera puesto que los lotes de tierra eran asignados por el estado. Eran dueños de sus bienes personales y familiares, hachas, cuchillos, vestidos, instrumentos musicales, etc. El imperio basaba todo su poderío en el acopio de bienes en los almacenes, las collcas o kollcas, que se contaban por miles. Ese era su “dinero” con el que pagaba a los mitayos y a los funcionarios. Telas, cueros, sal, carnes, chicha, maíz, papas, eran guardados como abejitas en las colmenas. Si había penuria donde sea, nadie se moría de hambre, solo hacían circular la comida. Siempre han existido plagas, que matan rebaños o que matan cultivos, granizos, años secos, etc, pero el tamaño del imperio y el acopio en las collcas lo hacía inmune a este tipo de desgracias.
Collcas en Ollantaytambo (lo que queda de ellas pues faltan los techos)
El poco comercio que había se hacía mediante trueque, y en general era bastante limitado, los ayllus de nobles, que no pagaban tributos y que por lo tanto tenían alimento en abundancia, podían trocar textiles, o conchas de spondyllus, o pepas de oro y plata. Pero los runas, que pagaban más de la mitad de su trabajo en impuestos, trocaban solo alimentos, hierbas medicinales o sal. Por lo tanto casi no existía lo que podríamos llamar artesanado, personas que pudieran vivir solo del calzado o de la fabricación de instrumentos por ejemplo. En la costa norte se podían encontrar algunos pocos casos de especialistas que podían vivir de un oficio, y fue también en la costa donde se encontraba un poco más de comercio y de movimiento, encontrando allí algo parecido a una moneda de cambio: hachuelas de cobre, instrumento que suponemos tenía una buena demanda pues se usaba en todo tipo de labores, como alternativa a la obsidiana en el esquilado de llamas. Pero estaba limitado a la costa norte y en la sierra, en el extremo norte del imperio, en los alrededores de Quito, Cayambe, Pasto, y un poco menos entre los huancavilca y los chonos. En el resto del imperio no existía esta incipiente “moneda” de cambio, solo el trueque. Por eso, en esta parte del imperio, además de artesanos de oficio había también mercaderes, llamados mindala. No se sabe mucho pero llegaron a formar grupos poderosos de influencia, no hacían ni ayni, ni minka (minga), ni tampoco mita, pero sí debían pagar tributos en especie, de su stock de cosas exóticas y de conchas y piedras preciosas. Eran libres para deambular, y por eso a veces eran contratados como espías por el estado inca.
La presencia de mercados, llamados catu, existía pero de manera limitada y nunca fomentada. Por lo tanto se puede decir que las especialidades que había eran para el consumo familiar o a lo más, del ayllu. Había músicos y cantores, pero araban la tierra, como todos. El runa sabía hacer muchas cosas. Cada aldea sabía esquilar la lana y convertirla en hilo, sabía secar la carne, preparar la chicha, sabía construir casas y hacer sogas. Cada ayllu tenía su propio curandero, que tampoco era una persona que pudiera vivir solamente del oficio, pues cultivaba el campo, como todos.
Si se quería encontrar oficios y gente dedicada al oficio todo el día, había que ir a una llacta, o a un ayllu de panacas (nobles). En las llactas podías encontrar mamaconas (literalmente: madres), mujeres y abuelas solteras, religiosas, que educaban y hacían trabajar a las niñas elegidas, verdaderas “madres superioras” de los acllahuasis (literalmente: casa de niñas escogidas), “conventos” de niñas elegidas y acopiadas, pues una vez educadas serían repartidas como esposas. Toda llacta importante tenía un acllahuasi. El ingreso de las niñas era desde los ocho años. Las acllas provenientes de la clase alta (panacas o curacas) eran llamadas yuracacllas, y eran ellas quienes pasaban a ser mamaconas y a vivir para siempre en el acllahuasi. Algunas llegaban a ser profetisas pues algunas practicaban la adivinación y manejaban un oráculo. El resto de las niñas era educada en religión y en música, pero sobretodo para trabajar en una casa, les enseñaban a cocinar, a tejer, a preparar chicha. Las únicas niñas runas que no eran entregadas a un hombre, eran las que destacaban en el canto, las taquiacllas, elegidas para cantar en las ceremonias y las fiestas. Si cualquier aclla era sorprendida con un hombre, era condenada a muerte por inanición, al ser religiosas, nadie podía matarlas. Si les nacía un hijo, y no se podía comprobar quién era el padre, el hijo era educado como un noble.
El rol de las acllas parece haber sido similar al de los yanas (siervos) pero sin la connotación sexual. Por lo menos su estatus social era el mismo puesto que debían servir de por vida a otra persona, o familia, y además quedaban desarraigados para siempre de sus etnias. Si el runa debía pagar con una parte de su tiempo al estado, los yanas pagaban con todo su tiempo. Su señor podía decidir tanto ponerlo a tejer como mandarlo a picar piedras. La descendencia de los yanas, los hijos, nietos, sobrinos, también eran considerados yanas, y estaban obligados a servir a los panacas, que a su vez eran descendencia de alguno de los emperadores incas, de alguno de los sapa-inca (que literalmente significa rey de reyes). Las condiciones de vida de los yanas, sin embargo, no parece haber sido distinta a la de los runas, tenían asegurado lo básico, nadie pasaba hambre ni frío con los incas. Es posible que a veces trabajaran más que los runas, sobretodo si eran castigados. Pero también existía su contrario, el yana premiado, que podían poner a cargo de un ayllu compuesto exclusivamente de siervos, o incluso a cargo de ayllus de runas, y en esos casos los yanas convertidos en curacas adquirían los derechos de esa función. En tal caso eran llamados pungo o también pongo dependiendo de la zona. El estado inca también tenía yanas, a éstos llamaban yanayacos, que trabajaban para el inca y su familia, o participaban en trabajos del estado, podían ser olleros, fundidores, chasquis (corredores de correo), administrativos, todo dependía de sus habilidades, no podían ser guerreros pero si personal de guerra. Las mujeres yanas y sus niños también trabajaban.
En quechua o runasimi, yana se dice en plural yanacona o yanacuna, es decir yanas, y yanaco se dice yanacocuna, es decir yanacos. Tardíamente apareció el término piña para designar un escalafón inferior al yanacona. Hay indicios de yanacunas liberados por sus señores, pero no se sabe bajo qué circunstancias. Tenían derecho a tener un pedazo de tierra, a hacer su casita en ella, a tener ganado y eran dueños de sus instrumentos y mobiliario. Los yanas no eran tranzables (no se vendían ni compraban, solo el estado distribuía yanaconas), no se abandonaba a ningún niño ni anciano ni enfermo yana, y tenían derecho a la justicia, es decir a que un funcionario haga averiguaciones. No eran susceptibles de ser desplazados temporalmente en una mita (trabajo comunitario) pero al mismo tiempo no podían recibir de las redistribuciones que hacía el estado todos los años. Su propio señor panaca se hacía cargo si enfermaba o si ya estaba muy anciano. Después de todo, pareciera como si los yanas eran a los nobles lo que los runas al Inca.
Vista satelital de parte de la cordillera de los Andes que dominaron los incas
Los yanas eran propiedad de los señoríos de panacas diseminados en la ancha cordillera de los Andes, descendientes de emperadores incas que tuvieron muchos hijos, y herederos de las tierras y hombres conquistados por él.
El concepto de señorío ya existía antes del nacimiento del imperio Inca. Cuando esos señoríos eran un poco más grandes formaban verdaderos reinos, por ejemplo con una capital y cuatro pueblos (como los Tiwanaku). Fueron una de las dos modalidades de organización social que hubo en América del Sur (sin contar el imperio): la de los señoríos y reinos, jerarquizada, con agricultura organizada con excedentes y monumentales construcciones, y la tribal, sin jerarquías, ni impuestos, ni grandes construcciones. Si ubicamos en el mapa sudamericano a los señoríos y a las tribus libres, fácilmente nos daremos cuenta que donde hubo selva no hubo señorío, ni tampoco imperio. Ecuador es una clara muestra: los incas nunca pudieron conquistar la costa selvática, pero sí los valles cordilleranos y el altiplano. Ni los mapuche, ni los guaraníes, ni los tupí, ni las innumerables etnias amazónicas formaron reinos ni señoríos ni pagaron nunca tributos.
Los primeros yanaconas fueron prisioneros de guerra de etnias que no quisieron someterse al Inca y a su estado. Prisioneros perdonados, que si se sometían conservaban la vida, amarrados para siempre a una familia de panacas. Eran una señal para las etnias aledañas que más valía someterse sin pelear y convertirse en runa. Los yanas sucesivos fueron principalmente su descendencia, pero también runas elegidos por aquí y por allá, excepcionalmente.
En una época tardía, con el emperador Huaynacapac, aparece una nueva categorización de siervos que, estos sí, podían llamarse esclavos: los piñas, o también pinas. Eran rebeldes que a pesar de vencidos reincidían en su rebeldía. Al parecer fue el caso de etnias conquistadas en la zona de expansión norte: pastos, quitos, cayambes y cañares, por citar algunos. La vida de los piñas era la peor de todas. Eran esclavos estatales que trabajaban toda su vida en campos cocaleros en la selva alta, en reducciones precolombinas, donde se les permitía cultivar y tener descendencia entre ellos, pero sin nunca mezclarse con otros habitantes, aislados del mundo, sin mitas ni mitimaes. Tampoco eran regalados a señores o familias aristócratas como las acllas, no iban a préstamo como los yanas, ni participaban bajo ningún concepto en guerras. En la práctica eran prisioneros en campos de concentración. Curiosamente, la cárcel también se decía piñahuasi, casa de piñas, quiere decir claramente que los piñas eran prisioneros.
También hay que mencionar a los parias del imperio, gente libre pero considerada inferior, por motivos históricos o hasta raciales: los llacuaces (de llacuash que significa semisalvaje o grosero), forasteros que casi siempre vivían muy alto en la puna, calificados como huraños y despreciables, eran pastores que no se dejaban ver casi nunca y no se mezclaban a pesar de estar dentro de los límites del imperio. Provenientes de la zona de Tiawanaku su presencia en las punas del imperio no era muy antigua. También estaban los uros, los changos y los moyos, considerados primitivos, subhumanos, que eran despreciados por los incas y también por los aymaras.
La nobleza inca era racista y clasista. Racista por el hecho de generar descendencia casi exclusivamente entre panacas (descendientes de la etnia inca y los emperadores). Y clasista porque era un deshonor unir a sus hijas a una clase social inferior, y las pocas veces que esto sucedía, terminaba en suicidio de la hija, por pura vergüenza social. No solamente clasistas los panacas sino también las clases nobles de otros reinos y señoríos sometidos. Con tal de mantener puro su linaje, arreglaban los matrimonios entre ellos desde niños.
En el imperio inca hubo dos tipos de nobleza. El primer tipo fue la de los panacas o también llamada capaccunas (o capacs), que como ya se dijo, eran varias generaciones de descendientes de cada emperador inca, muy abundantes en los alrededores de Cuzco, pero con el tiempo instalándose cada vez más lejos, en aldeas compuestas de panacas y yanaconas (siervos). Todos los panacas conformaban, junto al emperador vigente, la etnia inca. El segundo tipo de nobleza estaba compuesta por los curacas (jefes) y su familia directa, descendientes de otras etnias conquistadas, de otros señores y de otros reyes, llamada con el genérico de apocunas (o apos). Nobleza mucho menos numerosa, los curacas estaban a cargo de la producción de las tierras estatales, que trabajaban los runas, o jatunrunas (campesinos), pertenecientes a las mismas etnias que los curacas, pero sin los derechos que estos últimos tenían, que asemejaban en parte a los derechos de la nobleza inca, como el derecho a la poligamia, el derecho al incesto y el derecho a la servidumbre; se vestían con tejidos finos de vicuña, se adornaban con piedras preciosas y sus casas eran mucho más grandes que la de los runas; eran conducidos en sus viajes, cargados en literas o hamacas, por runas de su propio pueblo. Su disponibilidad alimentaria era ilimitada y podían darse lujos. No comían papas o comían muy poca, por considerarla comida plebeya. Todo esto quiere decir que en los territorios conquistados se dejaba al mando a los mismos jefes de antes de la conquista inca, pero subordinados al imperio. Lo mismo sucedió cuando los españoles conquistaron a los incas, la nobleza inca perdió algunos poderes, pero mantuvo otros tantos, pues los españoles aprovecharon la jerarquía ya establecida.
Así eran algunas casas de la nobleza inca
Los hijos de la nobleza inca podían dedicarse principalmente a tres funciones: el clero, el ejército o la administración. No trabajaban la tierra, ni tejían, ni arreaban los rebaños, para eso estaban los yanaconas, y ese tipo de trabajos era despreciado. La nobleza inca se rapaba la cabeza permanentemente, dejando crecer su cabello solamente dos o tres centímetros, era un signo de nobleza. Desde bebés, la nobleza inca practicaba con sus hijos la deformación craneal, poniéndoles tablillas de madera en las zonas anterior y posterior del cráneo, amarradas con pitas, con el fin de alargar los cráneos, lo que representaba otro signo distintivo de la nobleza inca, pero también, desde antaño, de la nobleza de otros señoríos, no fue un invento inca. A los cuatro años de edad, el cráneo ya tenía la forma deseada. Así, la nobleza inca tenía el cráneo alargado y puntiagudo.
Y existían estilos de alargamiento craneal. La etnia de los collaguas achataba la punta para que el cráneo asemejara un volcán, y los paltas (de Loja, Ecuador) trataban de que su cráneo asemejara una palta (aguacate). El propio Atahualpa tenía el cráneo alargado y en punta. Muchos niños murieron con esta práctica, y es supuestamente por esto que los españoles la prohibieron.
Otra costumbre de la etnia inca era alargar los lóbulos de sus dos orejas, desde muy pequeños, agrandando el agujero con discos de oro cada vez más grandes, a tal punto que una vez adultos sus lóbulos llegaban a veces hasta los hombros. De ahí el apodo ampliamente usado de “orejones”, dado no a los runas, sino únicamente a la nobleza inca. Solo la etnia inca usaba discos de oro en sus orejas, para el resto estaba prohibido. Los curacas y sus hijos podían usar discos de plata, cobre o madera. Cuando el adolescente de la nobleza inca alcanzaba la madurez y la mayoría de edad, se celebraba un rito llamado huarachicuy, donde le colocaban el disco de oro final en los lóbulos, además de entregarle su vestido de adulto (huara) y sus armas de guerra.
El alargamiento o cambio de forma craneal se practicaba desde tiempos muy antiguos, no únicamente entre los incas del Perú sino en varios otros lugares de América del Sur y del Norte.
La casta sacerdotal, que a veces también vivía reunida en panacas, y otras oficiaba en las llactas, estaba exenta de impuestos, de mitas, de mingas y de ayni. Recibía cuantiosos regalos, y también redistribuciones del estado. Tenía el usufructo de grandes extensiones de tierra que era trabajada por los runas. Los mismos privilegios tenía la casta militar. En ambos casos, los cargos eran heredables, pues el sacerdocio inca tenía mujeres e hijos.
Ser mujer en la civilización inca
La costumbre inca tenía la particularidad de dejar convivir a las parejas antes de casarse, era una unión de prueba, prematrimonial, llamada tincunacuspa en el sur y pantanacuy en el norte, en que la pareja vivía junta en casa de los padres de cualquiera de los dos, por meses o a veces por años. Así sabía cada pareja si era compatible, el hombre veía si la mujer era hábil en las tareas del hogar, y la mujer veía si el hombre era bueno para trabajar o si era más bien perezoso, todo en presencia de los taitas. Esto sucedía con el pueblo inca, con los runas, pero no con la nobleza, donde los matrimonios eran arreglados desde la infancia y no había período de prueba, ni coqueteos ni enamorados. Recordemos que la nobleza estaba conformada por toda la descendencia de cada soberano Inca, de quién heredaba el usufructo de todas las tierras y yanaconas (siervos) que había conquistado, y que la cantidad de personas pertenecientes a la nobleza fue creciendo a través de los años.
Si después de la convivencia la pareja estaba de acuerdo, se casaban, se les asignaba tierra para el cultivo, y se les ayudaba a construir su casa, ya sea mediante mingas, o mediante el ayni, frecuentemente cerca de los padres, o a veces lejos. Si no estaban de acuerdo, la unión se deshacía y se intentaba con otra persona, pero ninguno de los dos recibía tierra para cultivo, por lo que la presión por casarse existió siempre. El hombre casado era oficialmente un miembro activo del ayllu, con deberes y derechos. Por ejemplo solamente después de casados eran susceptibles de ser llevados a trabajar a las mitas (mingas estatales que muchas veces eran de larga duración). El matrimonio en el pueblo inca era una fiesta colectiva donde se casaban varias parejas el mismo día, en una fecha determinada por el estado. Existía la figura y el derecho al divorcio, pero solo para los casos graves. Tanto el hombre como la mujer podían volver a casarse, ya sea por viudez o divorcio, pero era obligatorio dejar pasar un buen tiempo antes de llevarlo a cabo. Los runas podían tener una sola esposa y estaba prohibido el matrimonio entre etnias distintas, debían casarse entre personas cercanas unas de otras, algo que se conoce como endogamia. Tenían prohibido el incesto hasta el cuarto grado de consanguinidad, tanto vertical (con tías por ejemplo), como horizontal (con primas). La nobleza podía ser polígama, podía tomar por esposa a cualquier mujer, sin importar lo lejano de su origen, y tenía derecho al incesto, algo que practicaron siempre los soberanos, pues su esposa principal, al menos legalmente, era siempre su hermana (pana). La mujer, fuere noble o runa, en cambio, tenía prohibida la poliandria (tener muchos maridos).
Mujer tejiendo en su telar móvil
La situación social de la mujer siempre estuvo más o menos sometida y perjudicada legalmente. Por ejemplo, recibía al casarse solamente la mitad de la tierra que le entregaban al hombre para su uso. Evidentemente, no se puede generalizar nunca en un territorio tan vasto y heterogéneo como el que conquistó el inca. En algunas partes del norte, la mujer podía llegar a ser curaca si faltaba un heredero varón. Si alguna enviudaba o si faltaba el marido por estar en guerra o en mita, ella tomaba el rol de jefe familiar. Ninguna mujer runa era obligaba a casarse de nuevo ni ningún hombre pasaba a administrar las parcelas del difunto marido. También hay casos reportados de señoras nobles que fueron guerreras o políticas. Quizás la más famosa es Chañan Curi Coca, una curaca Chocó de los alrededores de Cuzco que dirigió una batalla contra los chancas y exhibió por largo tiempo la cabeza del líder vencido. Las mujeres del pueblo también iban a las batallas, a la retaguardia, cuidando heridos, preparando comida, reparando trajes, etc.
Según el historiador del siglo de oro español, Antonio de Herrera y Tordesillas, existieron etnias compuestas casi exclusivamente por mujeres, organizadas en pequeños reinos instalados en los límites del imperio inca, hacia el oriente, es decir, hacia la amazonía. Tenían reinas, y las reinas tenían guerreras. Fueron llamadas desde antiguo como amazonas, en honor al mito griego. Construyeron fortalezas, llamadas warmi pucara. Al parecer los incas las respetaron, o al menos nunca pudieron conquistarlas, quizás por vivir del lado de los bosques impenetrables, pero intercambiaban cosas, e incluso entregaban regalos al emperador. No se sabe si eran lesbianas, pero sí se sabe que hay términos en el runasimi para expresarlo: chanchak marmi, kakcha, warkana o komi. Hacia el otro lado de los Andes, hacia la costa, se ha testimoniado también muchas veces de mujeres líderes, o de curacas sometidos a sus esposas, o de esposas que cambiaban a sus maridos a voluntad, sobre todo entre los yungas.
De todas maneras, aún sin considerar a los yungas ni a las amazonas, si comparamos la posición de la mujer incaica con respecto de la mujer del imperio romano, o también del imperio español, encontraremos que su situación era bastante más amigable. Recordemos que los runas varones también tejían o hilaban, que trabajaban tanto como la mujer, y que a final de cuentas, la mujer incaica podía elegir y probar a su marido gracias a la unión prematrimonial, algo inconcebible entre los españoles que venían saliendo del medioevo. Por lo que entendemos, las mujeres incas nobles estaban en peor posición que las incas runas, no en lo material pero sí en lo emocional. La mujer del pueblo inca podía practicar libremente su sexualidad antes del matrimonio, y también después de separada. La virginidad no tenía ninguna importancia. Probablemente porque el imperio inca basaba todo su poderío en la fuerza humana, no había máquinas, no conocían la rueda, tampoco había bueyes ni caballos, las llamas cargan máximo 30 kgs, y por lo tanto le convenía a la clase privilegiada que los runas se multiplicaran, sobretodo en una región geográfica que estaba lejos de estar superpoblada.
Mientras amamantaran, las mujeres se abstenían de tener relaciones sexuales, esto sucedía por lo común hasta los dos años. Con toda probabilidad lo hacían para no quedar embarazadas y así no tener que destetar prematuramente al bebé, pues la gestación disminuye y corta el suministro de leche materna. Niños y niñas permanecían con la mamá hasta máximo los siete años, edad en que los niños pasaban a ser carga y ayuda de los padres, y las niñas, de las madres. Cuando llegaba la primera menstruación de las niñas (menarquía), se celebraba una ceremonia donde se le entregaban vestidos nuevos y se le hacían trenzas, debía ayunar dos días completos antes de la ceremonia, que se celebraba al cuarto día.
Del amor en los tiempos de los incas
Los jóvenes runas tenían el derecho a coquetearse, a enamorarse, y a cambiar de enamorado, algo que en muchas civilizaciones estuvo prohibido. Seguían un singular cortejo que parece haber estado bien difundido y que todavía hoy se puede encontrar. Si eras un joven hombre del pueblo en el tiempo de los incas, le tirabas una piedrecilla a la mujer que pretendías para llamar su atención, le podías quitar también una prenda de vestir, la que estuviera más a mano, la lliclla por ejemplo, manto que usaban las mujeres, y ojalá con algunos cabellos de ella, que guardarías celosamente para enredarlos con los tuyos y ponerlos donde duermes. Si le gustabas, ella te podía corretear para que le devolvieras la prenda, y tú fijarías una cita para entregárselo de vuelta. Si ella llegaba sola a la cita era señal de romance. Si llegaba acompañada era un no, pero al menos lo había pensado, o había averiguado algunas cosas de ti. Cuando el no era rotundo no aceptaba ninguna cita, pedía la devolución inmediata, y cuando le caías realmente mal o si te negabas a devolvérsela, te podía agarrar a coscachos para recuperar su prenda. Durante los bailes también podías cortejar. La usanza era molestar a la mujer con algún empujoncito, una jaladita por aquí, otra por allá. Si te seguían el juego o te hacían cambio de luces, era tuya. Pero si te reclamaban por la joda, te dabas por vencido. Si el cortejo funcionaba y comenzaba un romance, podías tener que convencer a los taitas (papá y mamá). Si fracasabas, te quedaba la opción del rapto, que hasta cierto punto era tolerado, pero siempre tenía que haber aceptación de la mujer.
Cuando ni piedrecitas, ni prendas quitadas, ni empujones al bailar resultaban, fueras hombre o mujer, podías cantarle y dedicarle los sonidos de algún instrumento, si tenías esa aptitud. Si no la tenías, o si la música y la poesía tampoco funcionaban, podías recurrir a encantamientos, talismanes y pociones de especialistas, que podían utilizar hierbas, animales o minerales con el fin de atraer a la pareja. Los talismanes eran conocidos como huacanquis, y podían ser plumas de aves específicas, espinas de ciertos cactus, hojas de chachacomo o de quishuar, colas de zorro, granos de maíz de cierto tamaño y color, o hasta mosquitos (en la costa); llevaban su huacanqui en sus chuspas (pequeño bolso tradicional), y al pasar cerca de la mujer o el hombre pretendido, su hechizo actuaba. Los curanderos del amor hacían sesiones de amarre, con ritos específicos donde el consultante debía repetir ciertos versos al tiempo que hacía movimientos previamente enseñados por el curandero. Entre los afrodisíacos conocidos por ellos, estaban el huanarpo macho, las libélulas y un gusano llamado sucama. Lo proporcionaban por vía oral, frecuentemente mezclados con ají (para el caso del gusano cocido) o con chicha (con polvo de huanarpo seco, que según algunos puede provocar la muerte si es excesivo). Y para apagar la llama también tenían: el huanarpo hembra, que al igual que el macho es un árbol nativo de clima húmedo y fresco, que puede vivir hasta los 2.300 metros sobre el nivel del mar. También tenían las señales del camino, parecido al sacarle los pétalos a la margarita, donde si el ruiseñor cantaba de una manera, era un buen augurio, si cantaba de otra manera, ella o él, no le quería.
Por supuesto, también usaban el mundialmente conocido afrodisíaco etanol, que consumían solamente en forma de chichas (fermentados de frutas o granos) pues no conocían la destilación. Ablandaban la rigidez de la autocensura, igual que hoy en día, con alcohol. Pero, evidentemente, también tenía su contraparte: las peleas, los puñetazos, los malos tratos y la violencia intrafamiliar, que lejos de ser la norma, no hay porqué dejar de mencionar.
Había amor para casi todos. El problema y la injusticia aparecía, cuando tenías la mala suerte de ser demasiado bonita. Un funcionario del estado podía escogerte y llevarte a vivir con las vírgenes del sol, para después ser un regalo del emperador a un funcionario o a un noble, o si le gustabas al Inca, ser parte de su harem. Si bien esto era generalmente un honor para la familia, no siempre lo era para las jovencitas. Pero digamos que la gran mayoría de las mujeres incaicas tenían derecho al amor, a probar el amor, a jugar al amor, y a decidir y escoger un hombre.
La población pre-inca tuvo una sexualidad todavía más libre. Existe la prueba irrefutable de centenares y miles de vasijas, jarrones, jarritos y pequeñas botellas de arcilla con actividades sexuales de las más variadas. Alfarería moche o mochica, alfarería chimú pero también incaica, completamente explícita, erótica o picaresca. Deben haber sido muchas más todavía, pues la cultura católica siempre tan casta y sobria, y tan avasalladora, destruyó piezas por miles. Los incas, al igual que las culturas anteriores, conocían y practicaban el sexo ritual. Iba el matrimonio a determinadas horas de la noche a su cultivo, por lo general cerca de una huaca, a levantar polvo en pos de la fertilidad de la siembra.
Alfarería precolombina con motivos sexuales
Por otro lado, la homosexualidad no era aceptada, por lo tanto era encubierta, casi siempre tolerada, pero en ocasiones perseguida. Era mal vista y legalmente no existía nada parecido a una familia homoparental. Había localidades, etnias en la costa, donde la homosexualidad era visible y sin complejos, pero eran la excepción más que la regla. Lo mismo ocurría con la prostitución; no fue nunca perseguida, pero en cambio no se la toleraba cerca. Ninguna mujer podía conversar con prostitutas, ni tampoco acercárseles. Eran llamadas pampayruna, despreciadas en público por los hombres, y por eso vivían más bien separadas de los ayllus, en alguna choza en la pampa. También eran llamadas mitahuarmis, que quiere decir mujer de turno. Fue el inca Pachacutec quien reglamentó la existencia de las pampayrunas, con la finalidad de evitar violaciones de muchachas o deseos de mujeres ajenas, y para calmar a funcionarios que estuvieren viajando. Las prostitutas no practicaban el oficio por voluntad propia, pues eran mayoritariamente prisioneras de guerra obligadas a hacerlo. Se les alimentaba y daba un refugio, y el cliente debía dejar una paga en especie. Las pampayrunas tenían prohibido entrar a los ayllus y las llactas, y cuando ya habían perdido atracción, eran llevadas a trabajar como cocaleras. Sus hijos eran retirados a penas nacidos o poco tiempo después, y entregado a parejas o familias que lo solicitaran.
¿Qué alimentos consumían los incas?
Una civilización como la inca, con climas tan diversos, muy diestra para construir vías de irrigación y terrazas para aprovechar las laderas, conocedora de la rotación de cultivos y de la fertilización mediante guano, dio lugar a una asombrosa variedad de cultivos vegetales: más de ochenta, todo un récord para una civilización antigua que no tuvo contacto ni con Asia, ni con África, ni con Europa. En realidad fueron siglos de aclimatamiento y selección de los mejores frutos y granos, herencia de culturas anteriores a la inca. La particularidad de la cultura inca es que logró reunir y cultivar todo lo aprendido de las zonas conquistadas. Esto incluía por supuesto, plantas medicinales y también plantas sagradas de uso chamánico. Toda planta que tuviera algún uso práctico, no solamente alimenticio sino también textil (tinturas o decolorantes, con corteza, raíces u hojas), artesanal (para cestería por ejemplo), insecticida (el ejemplo más conocido es el paico), era recolectado y cuando se podía, también cultivado.
Terrazas de cultivo en Ollantaytambo.
Los incas, como herederos de semillas y técnicas milenarias de irrigación, eran muy eficientes en su agricultura.
De las 80 especies cultivadas, las más frecuentes, por lejos, eran y siguen siendo la papa y el maíz, con los cuales hacían muy variadas preparaciones y también las trataban para su conservación en el tiempo, es el caso del tocosh o del chuño para conservar algunas de las doscientas variedades de papas que conocían los incas. Al maíz cocido lo llamaban mote, y al maíz tostado lo conocían como cancha. Una vez secado el maíz tiene mayor duración que las papas. El único peligro es el gorgojo, un insecto que se convierte en plaga rápidamente, que en la costa combatían enterrando el maíz seco con arena, en vasijas, y en la sierra mezclándolo con hojas de árboles o plantas con propiedades insecticidas.
Los incas cultivaban no solamente muchas especies vegetales, también muchas variedades de cada especie. En la foto, algunas variedades de maíz.
De clima templado a cálido cultivaban el ya mencionado maíz, la yuca, los porotos (fréjol), ají (con muchísimas variedades), zapallos (calabaza), achita (amaranto), palta (aguacate), maní, camote, yacones, yucas, pitucas (taro o malanga), arracachas, achiras, tauri (chochos), achupalla, cushuro, caiguas, quihuichas, chontas, llipchas, lúcumas, papayas (puchas), chirimoyas, piñas, guayabas, pacaes (guabas), tumbos o poroporos, tintines o granadillas, chambiras, marañones (semillas), entre muchos otros. Más arriba en el altiplano de las sierras, la papa era la reina, junto a los ollucos, las mashuas y las ocas, y un poco más arriba, en la puna, era y todavía es la quinua o quinoa, muy nutritiva y rica en aminoácidos, con hasta un 23% de proteínas.
En la costa se recolectaban yuyos (Girartina chamissoi), cochayuyos (Porphyra columbina)y lechugas de mar (Ulva fasciata), que son las mejores fuentes de minerales y una buena fuente de vitaminas, sustitutos de la espinaca o de las acelgas. Las secaban y trocaban por alimentos del interior o de la sierra, donde conocían y apreciaban sus notables efectos en la salud. Los lagos y ríos también entregaban generosamente sus verduras, conocidas como pachayuyos o pacsayuyos: el berro (tilcoyuyo), el mastuerzo (ticsauyuyo), la cerraja (canayuyo), la verdolaga (llutuyuyo), la shita, y el atacco.
Los incas recolectaban sal, ya sea secando agua de mar, o recolectándola de minas y salares, o incluso secando aguas saladas subterráneas. Otro mineral conocido en la sierra, llamado chaco entre los incas y passa entre los aymaras, era usado para adobar las papas y las carnes, se trata de una arcilla rica en minerales, que además era ingerida medicinalmente para prevenir úlceras gástricas, que suelen producirse por un alto consumo de papas. Como sazonadores vegetales, molido seco entre las manos y arrojado a la cacerola o sobre las papas o las humitas (pasta cocinada de maíz envuelta en hojas frescas), frecuentemente mezclados también con ají seco, tenían y tienen a la muña, el huacatay, el chañar, el aguaymantu y el paico. Algunas hierbas y frutos no eran cultivados, pero eran recolectados: el paruro o pajuro, la achupalla, airampu, capulí, nogal, chamburo, por citar algunos ejemplos.
Plantas estimulantes o enteógenas eran cultivadas o recolectadas, la mayoría conocidas por todos los curanderos: la coca, el tabaco, el chamico (datura), el san pedro, el floripondio, la chacruna (chaqruy en runasimi) y la ayahuasca. La coca era de consumo exclusivo de la nobleza. Plantas medicinales conocían muchas, y para variados tipos de dolencias. El achiote (Bixa orellana), además de usarlo como colorante, era conocido como remedio para las anginas, hemorroides y malestares de garganta, además de aliviar dolores renales y ayudar a combatir la malaria y el asma. El sacha inchi, conocido hoy en día como maní del inca, con alto contenido de aceites esenciales es usado para combatir el colon irritable. La calaguala, con propiedades antipiréticas, antisépticas y antihelmínticas. El cashaquiro, usado para combatir las caries y el escorbuto. El llantén, diurético y expectorante. El molle, cicatrizante y antiparasitario. La uña de gato (Uncaria tormentosa), desinflamatoria e inmunoestimulante. La sangre de drago (Croton lechleri), que es la savia roja de un árbol de la selva, es cicatrizante, antiséptica, antitumoral y antiviral, con su principio activo la taspina. Y podríamos seguir porque tenían y tienen muchísimas, no hay que olvidar que tenían contacto con habitantes de la selva amazónica, donde se encuentra la mayor diversidad de plantas de este planeta.
Pasemos a las carnes. Los incas sabían conservar las carnes salándolas (chalona) y/o deshidratándolas (charqui), lo hacían con las carnes de animales terrestres, pero también con los pescados. Domesticaron a la llama y a la alpaca, de las cuales tenían rebaños en las sierras y en las punas. Guanacos y vicuñas nunca se dejaron domesticar; los guanacos eran muy apreciados por su carne, por eso eran cazados, pero siempre cuidando de no matar hembras fértiles; en cambio había prohibición de matar a las vicuñas, muy apreciadas por su lana, que es más fina aún que la de la alpaca, y que iba a parar a la nobleza. La captura ritual de vicuñas donde las atrapaban, las esquilaban y luego las soltaban, se llamaba chaccu o chaku; una ceremonia muy bonita en que una buena cantidad de personas avanza tomada de las manos y va formando un círculo hasta encerrar a las vicuñas en él. De guanacos, llamas y alpacas sacaban, además de la carne, el cuero para el calzado, la lana para textiles, el excremento como combustible, la grasa para ungüentos, los huesos para instrumentos musicales y las tripas como abono. La llama, que es la más grande de los cuatro camélidos sudamericanos, era la única que se dejaba cargar. En el altiplano desviaron cursos de agua con el fin de tener pastizales permanentes para sus animales. También lograron con los años que un tipo de llama sobreviviera en la costa, donde hace calor. Las alpacas eran apreciadas por su lana, más fina que la de las llamas, pero inferior en calidad a la de vicuña. Los guanacos son los más viajeros y los más atléticos, están a lo largo de todos los Andes, incluso en Tierra del Fuego, donde no llegan ni alpacas, ni llamas, ni vicuñas. Las vicuñas se caracterizan por ser la especie más pequeña, y la única de las cuatro que solo vive en las alturas, entre los 3000 y 5000 metros.
Rebaño de alpacas en los Andes
Aún así, con rebaños de llamas y caza de guanacos, la carne de camélidos no era la proteína animal más consumida. Como veremos, tenían otras alternativas, y así aprovechaban mejor y por más tiempo la lana de sus animales, que esquilaban cada dos años. La ingesta de proteína animal distaba mucho del consumo moderno. Consumían pescado que conseguían de los ríos y lagos de los Andes, y también del trueque con la población de la costa, el pejerrey era el favorito. Fuera de la costa, la fuente principal de carne eran las aves domésticas: patos (ñuñuma: Cairina moschata, pato choca: Fulica ardesiaca y pato crestón: Lophonetta specularioides) y perdices, y también otras aves que conseguían cazando. En segundo lugar estaba la carne de venado, de lobo marino, de zorro, y de camélido. En la costa norte consumían también carne de caimanes, de tortuga y de iguanas, estas últimas domesticadas en criaderos. En las sierras cordilleranas estaba muy difundido el consumo de cuy (un roedor blanco), que estaba domesticado pero que también cazaban. En el subtrópico y la selva alta, consumían carne del sajino o huangana (pequeño jabalí americano: Tayassu pecari), del ronsoco (capibara) y de muchos monos. Los huancas y otras etnias habían domesticado al perro y consumían su carne, práctica que ascendía a la cultura moche.
En la costa, evidentemente, el pescado era la carne más consumida. El océano es muy generoso frente a las costas de Perú y Chile. La lista de pescados consumidos en la civilización inca es muy larga, aquí dejamos solo algunos ejemplos: anchoveta, sardina, dorado, mero, liza, robalo, congrio, corvina, cojinova, merluza, bonito, ispi, pejerrey, aguja.
Vasija inca para chicha
Por contener nutrientes, la chicha puede ser considerada un alimento. La chicha de granos, como el maíz o la quinoa, es prácticamente una cerveza, un fermentado al que solo le faltaría el lúpulo. Los incas conocían la chicha desde siempre, pues esta es más antigua que su civilización. La llamaban asua o aswa o acja, pues chicha es una palabra de las Antillas que los españoles introdujeron en toda Sudamérica (al igual que la palabra cacique). La bebían prácticamente todos los días, y no necesariamente contenía alcohol pues también la consumían sin fermentar (a esta la llamaban upi). Los incas conocían el malteado de granos, llamábanle chicha jora para diferenciarla de la chicha de grano sin maltear. La chicha jora la hacían dejando los granos rehidratados sobre hojas (generalmente hojas frescas de achira) para que germinaran, y al primer indicio de brote detenían la germinación y los ponían a secar. Esto se hacía principalmente con el maíz, cuya chicha era la más común y tradicional de las fiestas y los rituales, y también de las mingas y los aynis, pero también existían chichas de quinoa, de yuca o de frutas, aunque en estos casos no hacían malteado.
Una vez secos los granos malteados, conocidos como jora, eran molidos y puestos a cocer por varias horas, no sin antes haber echado en las ollas una porción de granos masticados por chicheros y chicheras. Su saliva le proporcionaba amilasa a la mezcla, una enzima que todos tenemos, que rompe el almidón en azúcares más asimilables para las levaduras.
Después de cocinada la mezcla, llamada sarayumbia, era filtrada y echada en vasijas o tinajas para su fermentación, y guardada a la sombra en algún lugar fresco. Su potencia dependía de cuantos días la dejaran fermentar. Los incas conocían además el poder del sedimento (la borra de la chicha) que quedaba al fondo de las tinajas, lo llamaban mamaasua (mamá de la chicha), y lo usaban cuando hacían chicha nuevamente; dicho sedimento contiene esporas de levadura. Existía una chicha especial, elaborada con una mezcla de siete granos diferentes de maíz, utilizada en ocasiones especiales y preparada en la morada de las vírgenes del sol (acllacunas), llamada chicha yamor.
Educación y juegos
La educación del pueblo en el tiempo de los incas estaba a cargo de los padres y de las madres. Los padres runas educaban a sus hijos en las labores agrícolas, pastoriles, alfareras, carpinteras, etc. Las madres runas educaban a sus hijas en la crianza, la cocina, los textiles, la lavandería, los teñidos, las plantas, etc. Por ejemplo los niños tenían chaquitacllas (arado de pie hecho en madera) en miniatura desde muy pequeños, y a medida que crecían les iban dando arados más grandes. La educación de padres a hijos y de madres a hijas, mediante el ejemplo y la constante compañía, también fue la tónica entre los pescadores de la costa, los pastores de las punas, los comerciantes y artesanos de la costa norte.
La nobleza inca educaba a sus hijos en mitos y leyendas, administración, y sobretodo en ejercicios bélicos, pues al inicio de cada año, para el solsticio de verano a finales de diciembre, celebraban el Cápacraymi donde consagraban el paso a la edad adulta de los jóvenes panacas con juegos deportivos llamados huarachicuy (o warachicuy), ritos y sacrificios de llamas.
El historiador Inca Garcilaso de la Vega cuenta que la educación de los hijos de la nobleza se realizaba en los yachayhuasi o yachaywasi (casa del saber), específicamente en un barrio de Cusco donde había varias de estas casas, a cargo de amautas (sabios) y haráuec (poetas). Otro historiador, Martín de Murúa, relata que en dichas escuelas se enseñaban principalmente cuatro materias durante cuatro años: lenguaje (no el runasimi sino la lengua que solo usaba y conocía la etnia inca), religión, historia (principalmente militar) y administración y funcionamiento estatal (leyes), sobretodo la contabilidad por medio de quipus, que son una serie de hilos de colores y nudos con el cual los incas contabilizaban y situaban los haberes del imperio. Los sacerdotes educaban a sus hijos principalmente en los ritos y el culto solar a Inti. A este respecto había un ayllu especializado de sacerdotes dedicados a Inti, llamado Tarpuntae. Los educaban en los ritos, danzas, canciones, leyendas y también la lectura de quipus. De entre ellos salía el sacerdote principal, que tenía casi tanta autoridad como el sapainca. Algo parecido ocurría con los quipucamayoc, funcionarios especializados en el uso y conservación de los quipus, pues también se enseñaba de padres a hijos. Los hijos del sapainca, los auquis (príncipes), eran educados también por amautas pero principalmente acompañando a su padre y viendo y escuchando todo lo que aquel hacía y mandaba hacer.
Los quipus pueden ser considerados como un sistema rudimentario de escritura.
En ellos, los colores, los nudos y su posición tenían significados que personas instruidas sabían leer.
Hay que agregar que el runasimi, que a la llegada de los españoles era la lengua más hablada junto al aymara, fue sistemáticamente enseñado por todo el Tahuantinsuyo (las cuatro regiones del imperio) a través de runas designados y escogidos para ello y repartidos por todo el territorio con esa finalidad. Había incluso alicientes para los que se esforzaban en aprenderlo pues hablándolo podía significar que tuvieran algunos privilegios o que fueran nominados para alguna de las funciones estatales. Por eso lo que llamamos hoy en día el quechua, tuvo tal expansión en lugares donde se hablaban lenguas completamente diferentes. La labor de estos enseñantes del runasimi estuvo facilitada por los mitimaes o mitmac y también por las mitas, movimientos temporales o permanentes de familias y a veces ayllus enteros desde zonas donde no se hablaba quechua a zonas donde sí se hablaba, y viceversa. La expansión del lenguaje fue un elemento clave que los incas fomentaron a sabiendas, por un lado para no tener que depender de traductores que podían no ser confiables, y por otro para pacificar por medio de una lengua común, a etnias que solían ser agresivas entre ellas, en parte por no existir comunicación posible.
Muñecas de la cultura Chancay
Si bien todos los niños comenzaban a trabajar a una edad muy temprana, eso no impedía que pudieran jugar en sus ratos libres, sobretodo viviendo libres en el campo. La cultura inca tenía varios juegos, difícil saber si eran propios o heredados de tiempos inmemoriales. No solo los niños jugaban, también los adultos. En los restos funerarios de la cultura Chancay se han encontrado numerosas muñecas, hechas de gasa y algodón, con coloridos vestidos, pero no sabe si su uso fue exclusivamente fúnebre o si fueron juguetes de niños y niñas. Lo que sí se sabe es que los Chancay fueron conquistados por los incas y que por lo tanto es posible que la tradición de fabricar muñecas haya transcendido hacia otros lugares del imperio. Los niños jugaban al tres en raya. Imitaban niños y niñas los bailes del Amaru (serpiente sobrenatural) practicado en algunos ritos de los adultos; para ello hacían hileras tomados de sus vestidos y sin separarse iban serpenteando y esquivando obstáculos. Jugaban también a la ronda y al caballito subiéndose unos a otros sobre los hombros. Imitaban juegos de caza manipulando el lihui (boleadoras), y cuando alguno de ellos era muy hábil lo invitaban a veces a participar en las competencias deportivas de año nuevo llamadas huarachicuy, que normalmente eran exclusividad de la casta noble.
Dado inca llamado pishca o huayro
Un poco más grandes, los jóvenes, y también los adultos, jugaban a la bocha o a la petanca con pelotas hechas de madera o de caucho, llamadas cucho, y el juego se llamaba pecositha. También solían jugar con porotos secos de colores, lanzándolos a un agujero en pares, y al parecer los ganadores se quedaban con los porotos, pues los jaspeados eran muy apreciados, al menos por los niños. Tenían un juego con dados que llamaban pishca (que significa cinco), dado que tiene cinco lados. Se jugaba en los velorios, en la época de la conquista, pero el juego se conocía desde antes, con testimonios como el de Bernabé Cobo donde cuenta como el inca Túpac Yupanqui perdió tierras con su hijo jugando a la pishca o también llamada huayro. Hay fuentes que indican que tales dados se utilizaban con un tablero con fines adivinatorios.
Entre los adolescentes había competencias deportivas. Ya comentamos el huarachicuy o guarachico, practicado por la nobleza. Había otro juego practicado a finales de febrero que consistía en formar dos bandos y lanzarse frutas secas y otros objetos. Más tarde, con la conquista, estos juegos fueron practicados únicamente en carnaval, tienen el nombre de Pucllay. Comenta Waldemar Espinoza, que dos o tres veces al mes, las familias se juntaban a comer en zonas despejadas, y a practicar juegos físicos cuyo fin era la reconciliación entre ellos.
Investigación y Redacción: Álvaro J. Riquelme Marínkovic
Fecha de publicación: 08-10-2020
Última actualización: 25-11-2020
Fuentes:
Inca Garcilaso de la Vega - Comentarios reales de los incas. 1609
Waldemar Espinoza - La civilización inca. 1995
Gordon F. McEwan - The incas. New perspectives. 2006
Bernabé Cobo - Historia del Nuevo Mundo, tomo IV. 1893
Alfred Métraux - Los incas. 1961
Martín de Murúa - Historia General del Perú. 1616
Sara Guardia – Mujeres peruanas, el otro lado de la historia. 2013
Díaz, P., Pacheco, A. y Retamal, R. - Deformación intencional del cráneo en poblaciones prehispánicas del Norte Grande de Chile. Un análisis exploratorio. Colecciones Digitales, Subdirección de Investigación, Servicio Nacional del Patrimonio Cultural. 2018