Multitemátika

Eva

El origen evolutivo de la sexualidad humana

La sexualidad del homo sapiens se distingue con creces del resto de sus parientes primates: es el que tiene sexo con mayor frecuencia, el que copula más duraderamente y el que obtiene mayor placer en el coito. La hembra humana se diferencia notablemente del resto de las hembras animales por su capacidad de copular en cualquier momento del año, sin necesidad de esperar el celo, por tener coitos durante su embarazo, durante la menstruación o incluso durante la lactancia. También se diferencia por no dar indicios evidentes de su disponibilidad sexual, y por experimentar un placer que se acentúa con los años y con los partos, pudiendo llegar a tener orgasmos múltiples que aumentan en intensidad.

¿Cómo llegó la hembra humana a esta liberación sexual? Los estudiosos de la evolución han postulado algunas ideas. Una de las teorías nos dice que la sequía y la escasez de alimentos fueron el principal estímulo que impulsó a algunos primates a cambiar su comportamiento y fisiología. Años de sequía y de penurias alzaron a algunos monos hasta la postura erecta al salir del bosque pobre en alimentos y entrar a la sabana. Una vez a campo abierto, muy probablemente con experiencia adquirida al cazar en los bosques, cazando en grupo como los chimpancés, se pasaron definitivamente al bando de los predadores. Siempre les fue más difícil a las hembras conseguir alimento, más aún en la sabana y en tiempos de escasez. Fue más difícil para ellas que para los machos: primero porque son físicamente más débiles (o menos fuertes) y pequeñas que ellos; segundo porque la cantidad de alimento que necesitan es frecuentemente igual o mayor que la de los machos, puesto que tienen crías que alimentar; y tercero porque el tener que andar siempre con una cría a cuestas es un fuerte inconveniente a la hora de cazar o recolectar.

Por todo esto, según algunos teóricos de la evolución, las hembras homínidas fueron seleccionadas según su disponibilidad sexual, intercambiando sexo por alimentos, sobreviviendo más tiempo aquellas dispuestas permanentemente al coito.

Sabana africana

Sabana Africana

Existe una segunda teoría que tiene como base los estudios relativamente recientes (2012) de un primate muy especial conocido como bonobo (de nombre científico Pan paniscus), emparentado fuertemente con el chimpancé (Pan troglodytes) pues tienen en común el 99.6% de su ADN. Chimpancés y bonobos tienen el 98.7% de su ADN en común con el Homo sapiens (1), son los animales genéticamente más emparentados con nosotros. Un poco más alejados genéticamente están los gorilas con un 98.25% de ADN compartido, y los orangutanes, con un 97%. En cuanto a sexualidad, el bonobo es casi tan excepcional como el humano, pues copula en cualquier época del año, independientemente del estro, del celo, de la ovulación, y es el único primate con esa particularidad. Dicha libertad sexual es un gen o grupo de genes compartidos con el homo sapiens. Según la teoría, el hombre, el chimpancé y el bonobo tienen un ancestro común, pero el homo sapiens se diferenció como especie de aquel ancestro hace unos seis a ocho millones de años, mientras que el bonobo se separó como especie del chimpancé hace un millón de años. Todo esto podría indicar que el ancestro común ya estaba liberado sexualmente, no dependía del celo para copular, y que quizas el chimpancé perdió esta capacidad en algún momento de su historia evolutiva. Y que por lo tanto la hembra humana, o proto-humana, no hizo más que desarrollar aún más esta capacidad sexual.

Aprendamos un poco de la sexualidad de algunos primates para posteriormente explicar en términos evolutivos la excepcional sexualidad humana.

La sexualidad de algunos primates

Nos es útil hacer un breve recorrido por el comportamiento sociosexual entre algunos primates, sobretodo en cuanto a las relaciones de poder. Desde 1950, los naturalistas comenzaron a descubrir evidencias: observaron un grupo de babuínos identificando muy rápidamente al jefe, acicalado por tres hembras a la vez, en el centro del grupo. Le seguían en la jerarquía dos monos mayores, luego el grupo de hembras y en la periferia más externa los machos menores y adolescentes. Encontraron las mismas estructuras jerárquicas entre los chimpancés y los gorilas, aunque se supo que los machos no combatían entre sí como los babuínos, sino que por lo general se limitaban a hacer demostraciones de fuerza y agresividad. Dedujeron entonces que la estructura de poder era patriarcal, y no matriarcal como habían pensado algunos naturalistas del s. XIX.

Pero estudios posteriores, también alrededor de los babuinos, demostraron que el asunto era más complejo. Los babuinos duermen por las noches en los riscos y en el día suelen ir en busca de alimento a las sabanas africanas. Forman grandes grupos. Analizaron un grupo de 60 integrantes y se dieron cuenta del comportamiento general cuando se colaban babuinos machos extranjeros al grupo. Se observó que el macho recién llegado se comportaba amistoso, humilde y discreto, manteniéndose en la periferia, y tratando siempre de hacer amistad con las hembras. Son las hembras babuinas las que aceptan al nuevo integrante al grupo y solo después se establecen las luchas de dominio. Los naturalistas observaron que los machos, al contrario de las hembras, solo raras veces hacían amistades entre sí, habiendo frecuentemente luchas y cambios en el poder, mientras que las hembras mantenían una estricta jerarquía, ubicándose siempre en el mismo lugar, teniendo siempre las mismas amistades y deberes. Los babuínos macho estaban siempre inquietos, luchaban, se apareaban o escoltaban a las hembras.

Babuinos

Babuinos

Entre los orangutanes, el macho siempre abandona a la madre para ir en busca de algún territorio que defenderá de otros machos por el resto de su vida. Vive solitario y corteja a las hembras que deambulan ocasionalmente por su territorio. Las hembras orangutanes en cambio, suelen ser nómadas y frecuentemente se agrupan entre ellas para viajar por un tiempo juntas. Entre los gorilas, los machos también abandonan su familia, para viajar solos o en pequeños grupos de machos, hasta que conquistan algún harén destronando un patriarca, que siempre tratará de defender celosamente a sus cinco o seis hembras y a sus crías de cualquier pretensión de otros machos. En los chimpancés las relaciones cambian ligeramente, son más sociables y las hembras también suelen abandonar sus familias natales. Los grupos son numerosos pero temporales, y hay una explícita jerarquía entre las hembras, que al parecer son las más activas y creativas en la especie.

En cambio entre los bonobo, los machos jamás abandonan a su madre, siguiéndola toda su vida, y recibiendo protección por parte de ella contra otros machos. Y a pesar que los bonobos son poco jerarquizados, son los hijos de las hembras más importantes los que gozan de mejor reputación y estima. Los machos siempre permanecen en el grupo natal, mientras que son las hembras jóvenes las que migran. La única relación permanente entre los bonobo es la de madre-hijo, el resto de relaciones son siempre temporales. Las comunidades de bonobos están centradas en las hembras, y más que eso, es un matriarcado, las hembras deciden. Si bien hay otras comunidades de monos centradas en las hembras (macacos y babuínos), la diferencia con los bonobos es que las comunidades de hembras bonobo que se forman no tienen lazos de parentezco entre ellas, son extrañas al principio las unas con las otras, van recibiendo hembras migrantes en su grupo.

Los naturalistas han descubierto en varias ocasiones que es la hembra la que elige a su pareja sexual; han observado casos en casi todas las especies, refutando así la estricta creencia de que las hembras solo se apareaban o buscaban al macho dominante. Aunque este último caso es lo más frecuente, sobretodo cuando se trata de hembras mayores, las más jóvenes a veces se aíslan para copular en privado con su amiguito, o incluso llegan a dejar el grupo para seguir a un macho extraño.

Las costumbres copulatorias de los primates son muy interesantes. Las hembras de los lémures, primates parientes lejanos del hombre, tienen celos grupales anuales, en los que los machos se irritan y ponen agresivos pero en los que se producen las más desenfrenadas orgías, porque el celo llega al mismo tiempo en todas las hembras. No dura más que unos pocos días y no vuelven a copular hasta el año siguiente. Los lémures se caracterizan por su tremenda agilidad y actividad, por su sociabilidad que forma grupos de hasta sesenta individuos, son expresivos, juegan con sus crías y dedican varias horas de cada día a acicalarse entre todos.

En cambio, las hembras de los monos y los simios (babuinos, orangutanes, gorilas, chimpancés, etc) tienen celos mensuales, con la excepción del bonobo, que como dijimos, copula todo el año independientemente de la ovulación de la hembra. El resto de las grandes primates, aunque genéticamente están más emparentadas con la hembra humana, tienen sin embargo una actividad sexual limitada. “Todas la hembras de los primates superiores tienen una actividad sexual durante unos diez o quince días todos los meses,..., bastante más que en los lémures, los perros y los gatos, pero que no es gran cosa comparado con la capacidad sexual de la hembra humana...” (2). Cuando Helen Fisher escribió estas palabras en 1982 todavía no habían estudiado el comportamiento sexual de los bonobos.

Las hembras babuinas proclaman su celo con sus genitales hinchados y rojos, y expeliendo un fuerte olor que embriaga a los machos, que muy pronto las siguen. La hembra se ofrece a todos ellos durante sus primeros días de celo y todos los machos que la han seguido copulan con ella varias veces. Cuando la hembra ya está totalmente dispuesta, llegan competidores mejores, entre ellos el jefe del grupo, de gran porte y fama. Cuando llega al lado de la hembra se da la vuelta súbitamente, enseña sus colmillos y hace ademanes fanfarrones y agresivos. Frecuentemente los contrincantes no hacen más que retirarse y el macho dominante se lleva a la hembra al bosque a copular a solas durante tres días. Se acarician, comen juntos, copulan, descansan y vuelven a copular. Cuando el estro (celo) de la hembra disminuye, vuelven al grupo y siguen su vida normal, la hembra posiblemente preñada, y el babuíno macho desentendido de ella y esperando un nuevo celo de cualquiera de las hembras del grupo. La hembra preñada no volverá a entrar en celo ni durante la gestación ni durante la lactancia, sino hasta después de destetar a la cría, unos dos años después de su fecundación.

Los chimpancés también tienen un período de celo mensual y un comportamiento sexual bastante parecido al de los babuínos: a las hembras también se les hinchan y enrojecen los genitales, estas se ofrecen a todos los machos deseosos sin ningún tipo de selección y terminan sus días de celo junto a su último amante entre las malezas del bosque. El ejemplo más famoso es el de Flo (3), una chimpancé nombrada así por la científica Jane Goodall. Flo copulaba con los machos hasta el completo agotamiento, evitando eso sí copular con cualquiera de sus hijos, que por otro lado no se le insinuaban. Las hembras chimpancés y babuínas suelen incluso copular un poco fuera de sus períodos de celo, aunque es poco frecuente. También las han visto copular durante los inicios de la gestación. Pero ni durante la menstruación, ni durante la crianza han visto jamás a una de aquellas hembras copular con algún macho.

Chimpances

Chimpancés

La sexualidad de los gorilas es diferente. Suelen andar en grupos de dieciséis individuos, donde siempre hay un macho dominante de espalda plateada en compañía de hembras y machos subordinados de espalda negra. Los gorilas no son muy libidinosos, es frecuentemente la hembra quien tiene que tomar la iniciativa (4). Cuando no está en celo no se los ve juntos pero cuando el estro aumenta seduce insistentemente al macho, montándolo o frotando sus genitales en alguna parte de su cuerpo. Los gorilas jefes son poco “celosos”, y los han visto mirar con total indiferencia como montan a alguna de sus hembras. Los gorilas en libertad no han sido estudiados tanto como los chimpancés, pero han hecho estudios de gorilas en cautiverio. Las hembras son tremendamente insistentes y los machos más bien renuentes al sexo. Una característica sugerente de las gorilas es que no muestran signos visuales durante su celo, sus genitales no se colorean de rojo, aunque probablemente si expelan algún olor, que al parecer no es suficiente para excitar a los machos.

Gorila

Gorila

“Solo nuestros primos pelirrojos, los orangutanes, parecen capaces de copular durante todo el mes” (2), pero no por gracia de la hembra sino del macho. Los orangutanes son primates bastante solitarios, viven hembras y machos por separado. No se hicieron estudios acerca de su vida hasta los años 1980, en que se los estudió en cautiverio. Todos los días se presenciaba alguna actividad sexual: el macho asediaba a la hembra. Cuando aquella entraba en la jaula de los machos, estos prorrumpían con sus rugidos característicos. El macho la seguía y la asediaba, incluso con violencia. Cuando aquella se rendía, el macho le abría las piernas y copulaba haciéndola cambiar de posición numerosas veces. Los orangutanes no expresan sus sensaciones de placer como los demás primates, y la hembra suele ser más bien indiferente, mirando a su alrededor, rascándose o incluso comiendo en los momentos que deberían ser de éxtasis. Terminado el coito los machos se retiraban a un lugar solitario, limpiaban su órgano sexual, y se echaban a dormir imperturbables. La hembra deseosa, por más que insistiera, no obtenía ningún favor del macho si este no la deseaba. La orangutana no muestra hinchazón de sus genitales, y solo muestra deseos hacia la mitad de su ciclo, en que se acicala con mayor frecuencia y se masturba con todo lo que encuentra. Los machos también son más deseosos en dicha época, y suelen exigir coitos múltiples.

Entre los primates superiores, los bonobos son los que más sexo practican. Al igual que nuestra especie, practican el sexo no solamente con fines reproductivos sino también con fines lúdicos y sociales, por puro placer. Sin embargo su tasa de reproducción no es superior a la de los chimpancés, pues las hembras bonobo tienen un hijo cada vez, y lo crían hasta los cinco o seis años. Los bonobos son destetados a los seis o siete años, y alcanzan la madurez sexual a los 15 años de edad. Las hembras presentan hinchazón de la vulva y una coloración rosada cuando entran en celo, y dichas señales ocupan casi todo el período ovulatorio, a diferencia de las chimpancés en que las señales están por menos tiempo. Los machos bonobo son pacíficos, poco territoriales, comparten el árbol cargado de frutas con otras especies, resuelven rápidamente los conflictos. No compiten por jerarquías sexuales ni territoriales, pues no consiguen sexo compitiendo contra otros machos, evidentemente esto es así porque la cópula está siempre disponible. Hembras y machos bonobo se excitan con facilidad y se invitan mutuamente. Practican el sexo cara a cara una de cada tres veces que copulan, particularidad que hasta hace poco se creía únicamente humana. Al igual que en la hembra humana, la hembra bonobo tiene su vulva y clítoris orientada frontalmente (5), algo único en los primates superiores y también único entre todos los mamíferos. Las prácticas homosexuales ocasionales son bastante frecuentes, lo mismo que varias otras prácticas eróticas entre los bonobos: jugar y besar largamente sus lenguas, proporcionarse ocasionalmente sexo oral y también masajear los genitales de otros individuos.

Bonobos

Comunidad de bonobos

Esto pintado así podría hacernos creer que son animales hipersexualizados, pero los estudios tanto en cautiverio como en la selva muestran que practican el sexo como los humanos, ocasionalmente, no continuamente. Por lo demás, la duración promedio del actuo sexual entre los bonobos es de 13 segundos, parecida a la de la mayoría de los primates. Otra particularidad de los bonobo es practicar el sexo cuando encuentran alimento, antes de comer, copulan. Esto sucede por ejemplo cuando encuentran una higuera cargada de fruta en la selva, pero también, en cautiverio, cuando les es servido el alimento. En realidad practican el sexo cuando algo les excita: cuando se introduce una caja en el recinto de cautiverio, con la que podrán jugar, copulan antes de tomarla. En otras especies de primates, la introducción de un juguete nuevo es frecuente motivo de riñas, pero no entre los bonobo, y al parecer se debe a la liberación de tensión sexual acumulada. También practican su sexualidad para prevenir conflictos, por ejemplo cuando una hembra adulta le pega a un juvenil, llega la mamá de este último y frota sus genitales con los de la agresora.

La sexualidad humana

Aunque la hembra humana no presenta hinchazón de sus genitales ni expele ningún olor evidente detectado por los machos, sí presenta algunos sutiles síntomas que delatan un aumento del estro en su torrente sanguíneo: “poco antes de la ovulación aparece en las paredes de la vagina, previamente seca, una mucosidad incolora, resbaladiza y suave. Luego, después de la ovulación, se vuelve turbia y pegajosa unos días, hasta desaparecer del todo hasta el mes siguiente” (2). Así mismo, el cuello del útero se vuelve resbaloso y suave, se dilata, hasta que luego, inmediatamente después de la ovulación, se achica, se seca y se vuelve duro, hasta el otro mes. Algunas mujeres sienten calambres en el útero, a otras se le pone el pelo grasiento, los pechos sensibles o notan que tienen más energía que la habitual, la temperatura corporal sube un grado por sobre la normal durante la ovulación y la carga eléctrica aumenta.

En términos fisiológicos, el orgasmo masculino es idéntico en hombres y animales. Lo que los diferencia es la capacidad de los hombres de posponer el orgasmo, y así dar más y más placer a las hembras humanas. Mientras que Flo, la chimpancé que se ofrecía y copulaba con todos los machos del grupo, recurría quizás al número para obtener orgasmos múltiples, la hembra humana ha sabido hacer de su pareja única el proveedor de placeres intensos y múltiples, o al menos, tiene el potencial de hacer de su pareja única, una máquina de placer que apague o extinga o avive su casi permanente deseo sexual, que va en aumento a penas conoce los primeros orgasmos intensos.

En un comienzo, el principio del orgasmo es el mismo en ambos sexos: una sobreirrigación en la zona genital, una acumulación de tensión sanguínea y una subsiguiente liberación de la tensión vía contracciones intermitentes. En el caso masculino, la liberación se produce mediante la eyaculación, terminando allí para él, el coito. En el caso de las hembras, no es más que el comienzo: el comienzo de las contracciones uterinas sigue a una lubricación exacerbada de la vagina, y a un ensanchamiento notorio del túnel vaginal. Al contrario de lo que sucede en sus compañeros, la hembra humana no ha expulsado toda la sangre acumulada en sus genitales con el orgasmo, “y si sabe y quiere, puede volver a sentir otro orgasmo, y otro, y otro...cuántos más orgasmos siente una mujer, puede llegar a sentir más y más intensos” (2), no como los hombres, cuyos orgasmos e intensidades varían tan solo un poco cuando el semen se acumula. De modo que cuando una mujer llega a sentir un orgasmo, o mejor, algún orgasmo múltiple, se convierte en el animal más deseoso de sexo en toda la tierra, más todavía si su deseo es independiente de la ovulación.

También el parto ayuda a conocer mejor los orgasmos, porque las madres logran una mayor presión sanguínea en sus genitales, pudiendo tener contracciones orgásmicas más intensas que las que son solo hijas. “Los polinesios de la isla de Mangai saben que el orgasmo de la mujer es algo que hay que aprender, y si un individuo no consigue enseñárselo a una joven, se confía la educación de ésta a otro, hasta que aprenda a llegar a la culminación varias veces seguidas” (2), de hecho conocen el orgasmo continuo que Master y Johnson lograron documentar; ellos lo llaman orgasmo ampliado.

No se ha encontrado aún razón fisiológica por la que la mujer deba sentir contracciones en sus orgasmos. En el hombre es un tanto lógico, puesto que la tensión ayuda a los espermios a llegar más lejos, pero en la mujer es contradictorio, puesto que las contracciones tienden a expulsar el semen del canal seminal. También hay que destacar que si bien la mujer probablemente no emana ningún olor aparente, y no lleva una coloración roja distintiva de su celo como algunas monas, desarrolló señales visuales con el paso del tiempo. Los senos permanentemente grandes y nalgas abultadas reemplazaron a las señales olfativas y a la hichazón rojiza del sexo de algunas primates. La delgadez del vello corporal, permitiendo ver mejor la forma del cuerpo, terminó por desplazar los señuelos de la atracción sexual desde el olfato hacia la vista. La hembra humana es la única entre los primates (a excepción de la hembra bonobo) en tener desplazado su órgano sexual hacia adelante, lo que le permite alcanzar mayor placer debido a que el clítoris es rozado con mayor frecuencia en posición frente a frente. De igual modo, la evolución también jugó a seleccionar los penes más grandes. El macho humano es el primate con el pene más grande, mayor incluso que el de los gorilas, que son más fornidos y grandes en cuerpo que el hombre. A fin de cuentas, la evolución tomó el camino, en el caso del homo sapiens, hacia su erotización, o su hipersexualización.

Otra peculiaridad de las hembras humanas es que, al contrario de la mayoría de los animales, pueden reanudar su actividad sexual poco después del parto, y no solo eso, también ovulan después de tener a su cría. Las madres animales, más dependientes del celo, menos libres sexualmente, no vuelven a ovular hasta después de destetarlas. Dicha facultad de las mujeres puede ocasionar graves problemas, como la sobrepoblación o el mal cuidado de las crías, sobretodo si consideramos lo lento del crecimiento infantil humano. Por eso fue tan frecuente en la antigüedad e incluso actualmente en algunas zonas, el asesinato de los segundos niños, de los que venían al mundo demasiado pronto, como entre los hombres yanomamos de las riberas del Orinoco, en Venezuela, que mataban al niño no deseado para que el primero siguiera mamando de la leche de su madre.

Los indios cayapas del oeste del Ecuador se caracterizan por ser uno de los pueblos menos activos sexualmente en el mundo, aún así su promedio es de una a dos veces por semana. Consideran a las mujeres sexualmente agresivas por lo que son bastante tímidos con ellas. Casándose en matrimonios arreglados, pasan sus días tomando aguardiente a orillas del río Cayapas. Consideran al coito como un acto salvaje y un tanto canibalezco, como a la vagina comiéndose al pene.

Los esquimales se divierten con un juego que llaman “apagar la luz”, cuando apagan las lámparas y se intercambian las parejas. Al volver a encenderlas se regocijan al mirarse entre todos y al haber adivinado de antemano la pareja oscura.

En las islas Utihi del Pacífico occidental, los pescadores micronesios hacen el amor todos los días y celebran una fiesta anual en donde se insta a los matrimonios a dejar sus parejas y tener relaciones sexuales con sus vecinos. Aún los niños eligen parejas y juegan a abrazarse y acariciarse.

La mayoría de los Turus de Tanzania tienen amantes, porque consideran que la llama de la unión suele apagarse, así que fomentan las relaciones extramatrimoniales. Si se les sorprende, el hombre debe entregar algún animal de rebaño al marido “ofendido”. Circuncidan a los muchachos a los quince años en una fiesta donde se representa una danza que imita el coito, “consumando por la noche lo que estuvieron evocando durante el día".

En la zona central de la india los murias agrupan a todos sus niños en edad de cargar leña, en una gothul (casa de niños), donde comparten todas las actividades, incluso la sexual. Los chicos eligen todas la noches una pareja. Si una pareja se acuesta junta más de tres noches seguidas se les insta a que cambien de pareja, porque consideran que “no deben dejar que sus deseos se consuman antes del matrimonio”.

Los jíbaros del amazonas construyen grandes casas lo más alejadas posible de la de sus vecinos, son polígamos. Aún así suelen salir por las noches a cazar esposas, lo mismo que los solteros. Por eso han inventado una trampa para adúlteros, una rama ubicada cerca del huerto que golpea en la ingle del cazador de mujeres.

Así mismo, son numerosas las tribus en que, tanto hombres como mujeres, adornan sus cuerpos para llamar la atención. “Las mujeres de los bosquimanos africanos masajean los genitales de sus hijas pequeñas para que les cuelguen seductoramente en la pubertad...las mujeres de los isleños Utihi se tatúan los labios internos de la vulva”.

En todas partes hay ritos, costumbres, matrimonios, tradiciones que tienen como punto central la sexualidad; son muy frecuentes los adornos, las mutilaciones corporales, las pinturas, para llamar la atención sobre la individualidad de la mujer o del hombre. Helen Fisher afirma que la gran cuota de atención que se le otorga a la sexualidad en todo el mundo es producto de una característica fundamental en los seres humanos: la capacidad de la hembra de copular en cualquier momento, contrariamente a los pequeños o grandes períodos de celo de los animales, y a sus signos corporales distintivos que anuncian su disponibilidad sexual.

La disponibilidad sexual de los animales es llamada celo o también estro, que es cuando se desencadena la producción de secreciones, olores o colores, justo antes de la ovulación de las hembras. Cuando el estro y la ovulación cesan, haya o no haya habido fecundación, la hembra no es más asediada, ni buscada, ni deseada, salvo en los casos más raros. La animalidad está estrictamente sujeta en su sexualidad, a la aparición del estro en la hembra. Por supuesto, hay excepciones, como las gallinas, los conejos o los bonobos.

Teoría evolutiva de la sexualidad humana

Una característica particular de la sexualidad humana es el copular frente a frente, pero para ello, la hembra debió primero alcanzar la posición erguida y trasladar poco a poco sus órganos genitales hacia el frente. Existen diversas teorías para explicar la posición erguida del hombre: para poder mirar más lejos en la sabana y de esa manera detectar depredadores o presas, para poder fabricar utensilios, o para poder cargar armas o alimentos, de las cuales la última es la más difundida. Las grandes zonas boscosas de África, que se supone es la cuna del hombre, empezaron a sentir las sequías y a ver disminuir su contingente arborícola probablemente después de la disgregación de la Pangea, donde las corrientes de aguas cálidas se vieron interrumpidas por grandes continentes (como el Americano), con el subsiguiente enfriamiento de las lluvias y la menor evaporación de agua. También se elevaron volcanes que robaban el agua de los cielos y llovió menos en África, hubo innumerables incendios, nacieron las sabanas y las extensas praderas.

Los veranos y las épocas secas fueron más largas por lo que muchos de los habitantes de los bosques debieron padecer hambre y aventurarse a buscar comida en las sabanas africanas, con más riesgo de morir en boca de un depredador... pero el hambre obliga. Pequeños ciervos, roedores, protoequinos y simios debieron buscar comida en los linderos de los bosques antes de aceptar definitivamente la vida a campo abierto. Los simios no temían más que a tres clases de predadores, sus semejantes, las harpías y las panteras y leones, los felinos. En el bosque era relativamente fácil escapar de estos últimos, se iban por las ramas haciendo ruido, muy ágilmente, o se reunían en las alturas a arrojarle ramas o piedras a los felinos que desistían ante el número, los gritos y los objetos lanzados.

Pero en la sabana el asunto cambió; los simios estaban mucho más expuestos, y no siempre podían echarle carreras a un leopardo exitosamente, ya no habían ramas por las que poder escapar, ya no había árboles con ramas entrelazadas. Las ramificaciones eran más bajas, y los felinos trepaban con facilidad. Los árboles fueron más anchos, estaban infinitamente más separados unos de otros. Además, los simios, acostumbrados como estaban a buscar comida solos y comérsela en el mismo sitio, no tenían tampoco, aún, la protección que podía ofrecer el grupo. Siendo un simio una presa bastante más fácil para un felino que una gacela o un ave, debe haber sido tal estímulo el factor clave para lograr definitivamente la postura erguida, y en definitiva, para empezar a ser hombre, porque evidentemente, liberando las manos pudo portar armas, y alimentos.

La agrupación de protohumanos también fue fundamental puesto que alimentarse solo, en la sabana, es riesgoso. Además, la agrupación permite tanto defenderse mejor como cazar más eficientemente. Varios científicos afirman que el hombre empezó a ser lo que es cuando aprendió a distribuir el alimento, a compartirlo. ¿Y qué mejor para ello que tener libres las manos para arrastrar una pierna de gacela hasta el lugar donde están todos reunidos? ¿Qué mejor que dejar reunidas a las crías al cuidado de algunos mayores, en vez de que las madres deambulen a solas?

El Sahara y la sabana son testimonios de los incendios que asolaron al África, y los veranos secos, testimonios del hambre que deben haber sufrido los animales frugívoros del bosque. Pero como hay muchos bienes que provienen de algún mal, el hambre debe haber sido el facilitador de la toma de riesgo alimenticio, y del carácter omnívoro de los hombres de hoy. Como ya no habían frutas en las épocas secas, los simios empezaron a comer lo que encontraban por el camino: roedores, semillas, insectos, tubérculos.

Se ha demostrado el modo con que el conocimiento alimenticio (y el conocimiento en general) se expande entre los integrantes de un grupo. Primero es uno solo el que se arriesga, generalmente un integrante joven. Pasan varios días antes de que un segundo lo imite, que con frecuencia resulta ser la madre del joven, pero luego una vez que hay dos individuos probando el nuevo alimento, les siguen los demás integrantes. Los últimos en imitarlos son los machos dominantes mayores. Lo mismo debe haber ocurrido con las ramitas para extraer termitas, con las piedras lanzadas o los gritos para espantar felinos. La imitación, prodigio natural, es fundamental para conservar lo que el instinto se encargará de adquirir sólo con el paso del tiempo, pues si se imita, el innovador puede morir sin que muera su invento.

El clima estacional hacía que tanto los monos como los primeros animales alternasen, según la época, lluviosa o seca, entre la sabana y el bosque. Esta alternancia prolongada, como si el bosque fuese una madre que quiere destetar a sus crías, originó cambios fisiológicos estructurales en los monos aventureros, que posteriormente desembocaron en los rasgos de los protohomínidos, que sin duda, con sus nuevas virtudes: caminar erguido, mano más delicada y hábil, garganta libre, se decidió por las praderas, los márgenes de los ríos o las cavernas. Los cambios fisiológicos son consecuencia de cambios medioambientales, y son muy probablemente, en su mayoría, graduales. Podemos palpar la esencia de los cambios evolutivos al vernos a nosotros mismos o a alguno de nuestros hijos adquirir con el tiempo una nueva virtud: el canto, la desinhibición, el deporte o la curiosidad. Ni el uso de una guitarra, ni los saberes hortícolas se aprenden hasta la perfección (como nuestro caminar erguido) de un día para el otro.

Muy probablemente, antes de que los protohomínidos lograsen comunicarse con fluidez y alegría debieron primero haberse reunido a vivir en lugares determinados. Fue un paso importante que respondió acertadamente a un problema proveniente del medio: aunque ya habían aprendido a cazar en grupo en medio de la sabana, ingerían la caza en el mismo lugar en que habían logrado conseguir el alimento. Buitres, perros, hienas y felinos, todos con olfato sensible, debieron llegar a interrumpir peligrosamente los banquetes de nuestros primeros hombres. ¿Cómo respondieron al problema? Llevando el alimento regularmente a un mismo lugar de reunión, un lugar seguro. Esto permitió a su vez el desarrollo de la inventiva para tejer cestas y para alcanzar definitivamente la postura bípeda, con la mano libre, a la vez que fomentó en gran medida la vida tribal y con ello la comunicación.

Helen Fisher postula que los peligros de la sabana fueron el principal estímulo en los primeros homínidos en cuanto a los cambios genéticos que verían aparecer en ellos. Tales peligros, los depredadores y el hambre, actuaron como agentes de cambio sobretodo en las primeras mujeres. La autora explica que con el paso del tiempo, la disponibilidad sexual de las hembras protohomínidas fue aumentando por simple selección. El carácter sexual de aquellas debe haber sido con seguridad, igual al de las monas, cortejadas y penetradas por numerosos protohomínidos. A su vez, el carácter de los protohomínidos para con ellas también debió haberse mantenido, en el sentido de que siguieron favoreciendo con comida a aquellas hembras que estuviesen dispuestas. Fue aquel el primer medio de asociación macho-hembra: sexo por comida.

Babuinos

Los machos ya cazaban, y al volver con su caza, ofrecían carne a las hembras sexualmente dispuestas. Ante las penurias de la peligrosa sabana, la tendencia fue hacia el alargamiento del tiempo sexual disponible: significaba más comida. Del mismo modo, más tarde que nunca, las hembras adquirieron la facultad de poder copular durante la gestación. El estímulo alimenticio favoreció la aparición del celo durante la lactancia, lo cual implicaba más alimento para la madre y para la cría. Fue quizá éste el paso evolutivo mayor, porque se favorecieron las crías de madres activamente sexuales.

Al estar sexo y alimento en tan estrecha relación, todo tendió en la hembra y en los machos a fortalecer o bien las virtudes sexuales, como la independencia del celo de la hembra homínida por ejemplo, o bien, en los hombres, las dotes cazadoras en la búsqueda de alimentos. Esto explicaría el dimorfismo sexual en los humanos, pues en todas partes el hombre es en promedio más grande y más fuerte que la mujer. Las homínidas deben haber aceptado a los hombres que trajeran más comida y rechazado a los que llegaban con las manos vacías. Por otro lado, las primeras homínidas, cercanas fisiológicamente a las monas, no recibían dádivas de alimento durante el período de lactancia. Aquellas que vieron aparecer su celo en dicho período, pudiendo copular con los machos, se vieron enormemente favorecidas. Todo gira en torno a la escasez de alimentos para el protohomínido que empezaba a adaptarse a la sabana, que todavía no conocía la agricultura, ni el lenguaje, ni las armas, y en torno a la estrecha relación de sexo por alimentos.

Los protohomínidos machos también evolucionaron en el sentido de entusiasmar a las hembras. Como aquellas pasaron a depender considerablemente de la protección de los machos, como la compañía masculina se volvió poco a poco imprescindible, y como ella se dejaba conquistar, los machos más fuertes, ágiles, ingeniosos o grandes, se quedaron con el mayor número de mujeres. Fue ciertamente una revolución sexual. La liberación del celo, la posibilidad de copular durante la lactancia, la disponibilidad perpetua, significó el fin del patriarcado característico de muchos simios, puesto que todas las hembras se volvieron paulatinamente dispuestas a copular en todo momento. Por lo tanto la relación social entre machos de una misma comunidad pasó de ser competitiva a ser colaboradora.

Evolucionaron de tal modo que la cópula frontal fue posible, permitiendo la comunicación facial entre parejas, haciendo que el macho en cuestión note y memorice los gestos de la hembra. La necesidad de protección de las hembras fue el principal acicate para la formación de las primeras tribus nómades de la sabana. La vida en grupo vio entonces nacer el lenguaje, que hace únicos a los hombres entre los animales.

El “contrato sexual”, término acuñado por Fischer, se amplió cuando las hembras, además del placer sexual, supieron ofrecer parte de lo recolectado por ellas al regreso de los machos. Sexo y vegetales, a cambio de carne y protección. La familiarización con las crías fue la siguiente etapa del contrato, pues con la pérdida del vello corporal el reconocimiento visual de hembra y macho fue más específico, fomentando de alguna manera las relaciones duraderas. Si el macho volvía todos los días donde la hembra dispuesta, volvía también donde la cría, y es evidente que muy pronto se establecieron lazos afectivos entre padre e hijo, e incluso más si las relaciones duraban un período más largo de tiempo, se generó el fenómeno de la enseñanza, en el sentido que va del padre al hijo, fenómeno raro en la naturaleza, donde la constante es la relación afectivo-educativa madre-hijo. La ovulación durante el período de lactancia causó un boom demográfico entre los protohomínidos, en un momento muy adecuado, pues aquella era una época y un lugar de rigurosa selección natural.

También hay que mencionar un fenómeno particular a la especie humana: el pedomorfismo, la tendencia a conservar los rasgos infantiles en lo adultos, como la voz aguda femenina o la ausencia de vello corporal. Con respecto a este último fenómeno, explica que no es que el vello corporal haya desaparecido sino que se volvió muy delgado y corto. Aparentemente dicho cambio era perjudicial en medio de la sabana fuertemente azotada por el calor y el sol, pero da una explicación bastante acertada. La naturaleza intentó un nuevo sistema de refrigeración y aislamiento: el vello corporal se reemplazó por la grasa, multiplicándose además las glándulas sudoríparas alrededor del cuerpo, lo cual ofrecía una refrescante sensación cuando había brisa, y un enfriamiento superficial bastante eficiente. La acumulación de grasa se produjo ciertamente por los cambios alimenticios de la especie naciente, la nueva ingesta de carne proporcionaba la grasa, antes más bien escasa en la alimentación.

Los otros animales carnívoros de la sabana no perdieron su pelaje, su sistema de enfriamiento es igualmente eficiente, con las glándulas sudoríparas principalmente en la boca, y con su pelaje aislante. Y es que la naturaleza tenía otro motivo para establecer el nuevo sistema de refrigeración en los humanos: la piel se volvía más sensible, el cuerpo de ambos se volvía más erógeno y de aquella manera se estimulaba aún más el contacto sexual entre las parejas. El reconocimiento mutuo se volvía visual y cada vez más específico; gracias a la pérdida del vello corporal no era solamente el macho dominante el diferente sino que todos adquirían diferencias visibles y particulares. Los sentidos del tacto y de la vista se sensibilizaban, mientras que el olfato perdía poco a poco su protagonismo en el reconocimiento mutuo. De todos modos, con la posición bípeda el olfato ya había pasado a segundo plano en los humanos, más alejados del suelo donde están los rastros.

Finalmente, solo señalar que el Homo sapiens comparte marcados rasgos tanto del chimpancé como del bonobo, y esto hace suponer que las tres especies son descendientes de un antepasado común. Con el chimpancé comparte la agresividad, la caza en grupo, el territorialismo y la extroversión. Con el bonobo, la permanente disponibilidad sexual, la capacidad de compartir y la posibilidad de vivir en paz cuando hay suficiente alimento para todos. Sea como haya sido la evolución, lo que parece innegable es que la libertad sexual de la hembra humana es un elemento pacificador que permite la sana convivencia entre los individuos de cada comunidad. La permanente disponibilidad sexual y de alimentos, parecen garantizar la sana y pacífica convivencia en las comunidades.

Investigación y Redacción: Álvaro J. Riquelme Marinkovic
Fecha de publicación: 13-01-2021
Última actualización: 21-01-2021
Producido en: Valdivia - Chile

Fuentes:

(1) Prüfer, K., Munch, K., Hellmann, I. et al. The bonobo genome compared with the chimpanzee and human genomes. Nature 486527–531 (2012)
(2) Helen Fisher - El contrato sexual – 1982
(3) Jane Goodall - En la senda del hombre – 1971
(4) Diane Fossey - Gorilas en la niebla – 1983
(5) Frans B. M. De Waal - Bonobo Sex and Society – Scientific American Special Editions 16, 3s, 14-21 (Junio 2006)

Versión escrita en PDF

Versión oral en podcast

¿Encontraste un error?